martes, 30 de septiembre de 2014

Una boca en el cielo




boca cielo


No había luna esa noche. En su lugar una gran boca teñida de rojo sangre gobernaba el cielo.



El caso es que nadie se extrañó, nadie hizo preguntas y tampoco supo nadie cómo o por qué había llegado hasta allí. Al fin y al cabo ya estaban acostumbrados a no cuestionarse demasiado las cosas, a convivir con el bombardeo despótico de una publicidad constante hecha a medida que podía convencerlos casi de cualquier cosa. Nadie dijo nada, como si siempre hubiese estado  ahí, como si nunca hubiera habido otra cosa que una sonrisa esperpéntica y burlona prendida del cielo nocturno.



La boca no alumbraba como la antigua luna, pero exhalaba un aliento exótico que no terminaba de ser agradable. No sabían qué era, pero supusieron que si fuese nocivo las autoridades habrían hecho algo al respecto, así que continuaron viviendo sus ajetreadas vidas y respirando como si tal cosa, haciéndose poco a poco a esa humedad que calaba la piel y que los rodeaba por completo al llegar la noche.



Al principio la boca no emitía sonidos, quizás porque no tuviera nada que decir o quizás porque la enmudecía la sorpresa. Sorpresa de no verse interrogada, de que nadie se hubiera dirigido a ella para pedirle cuentas. Y fue así que con el tiempo se desinhibió y la sonrisa de tintes enigmáticos que exhibía al llegar se convirtió en verdadera carcajada que hacía retumbar el cielo.



La gente ya no podía conciliar el sueño, era del todo imposible con aquel estruendo, pero como sentían miedo y desconcierto lo dejaron correr, convencidos nuevamente de que las autoridades habrían hecho algo al respecto si fuera posible. Usaban tapones, se escondían bajo las mantas y esperaban resignados la llegada del día.



Así continuaron las cosas hasta que la boca, aburrida y desidiosa en su completa impunidad, decidió dar un paso más y hacer algo que no podrían obviar, algo tan espantoso que por fin levantarían la vista al cielo gritando e interpelándola. Decidió que devoraría almas para acallar el vacío que la soledad había llegado a producirle.



Ahora la gente, como si acabara de despertar de un profundo sueño, sí intentó protestar; pero ya era muy tarde, ya no tenían las palabras en su vocabulario.



Bajaron las cabezas en ominoso silencio y se limitaron a organizar los turnos para alimentar a la boca. Eso sería todo a partir de ahora…

domingo, 28 de septiembre de 2014

Desamores de verano









Es inútil lamentarse, las cosas son como son y no como fueron o como quisiésemos que llegaran a ser. Gajes de vivir el presente, supongo. A pesar de saberlo queda el regustillo de la pérdida, claro, la sensación inútil que la inercia de seguir adelante imprime a nuestros torpes corazones.

Confieso que la primera vez dolió mucho más. Yo era virgen en las lides de la traición y no supe enfrentar el reto. Ahora no es que me considere una verdadera maestra, pero el descreimiento, la pasión mitigada por la prudencia y la experiencia surten su efecto. Ahora soy yo la que de alguna forma te traiciona a ti, aunque sea de frente y con razones de peso. Cierto es que no he sido capaz de mantener mi palabra y que a pesar de todo lo que dije en su momento no he podido copiar tu estilo, discúlpame. Yo no sé sembrar ausencias y desdén para recoger desilusión y dudas como de hielo. Será que soy mucho menos sutil que eso; será que hasta el final he preferido las palabras a los tortuosos silencios, aunque tú no las entiendas.

Crees que nunca llegué a perdonarte, es lo que la sonrisa tiznada de ironía en tu cara sugiere, y posiblemente tengas razón, pero esto no es una venganza. Esto se llama desgaste y aburrimiento. ¿Qué puedo hacer yo si lo que puedes ofrecerme me parece tan poco que es apenas nada? ¿Qué culpa tengo de que al quedarte tan atrás te haya perdido de vista por completo? ¿Cómo podría sentirme mal si te advertí mil veces de que al darlo todo por hecho precisamente lo estabas perdiendo todo?

Hagámoslo civilizadamente, seamos maduros. Solo me gustaría pedirte que no vuelvas a decirme nunca más que me quieres, me incomoda sobremanera, y que no vengas a leerme. Las letras son mi terapia y mi catarsis, mi forma de pasar la página. Aún debo quererte un poco porque no quisiera que mi alivio fuera tu tortura. 

A cambio te concedo cualquier deseo que me pidas, como prueba de buena voluntad, salvo el de volver a intentarlo…

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Bajo el alud del sueño





Me pregunto si hay un sitio donde reposan, quizás en paz, todos esos pensamientos e ideas que quedan sepultados bajo el alud del sueño. Blanco, engañoso, imprevisible, inofensivo en apariencia pero que sin embargo todo lo entierra bajo su silencioso y helado peso.


En ese lugar, si existe, compartido por tantas mentes, debe haber grandes ideas, textos preciosos, soluciones ingeniosas a problemas difíciles, versos perfectos que nunca verán la luz. Allí deben residir todas esas cosas que brotaron luminosas como chispas de genialidad y que después, jugando al escondite entre los recovecos del olvido que ampara el sueño, pasaron a ser irrecuperables. 


Como si nunca hubieran existido, como si nunca hubieran hecho sentir feliz o satisfecho a nadie, como si no hubieran borrado ceños torvos o dibujado sonrisas. Quedaron dolorosamente convertidas en material no reciclable en el haber intelectual de tantos que se durmieron sin tomar las debidas precauciones y que confiaron en la memoria. 


Ha de ser un lugar inmenso…

viernes, 12 de septiembre de 2014

Neuras pre-finde




Cómo buscar lo que no estás segura de haber perdido...

¿Echar de menos algo ha de implicar necesariamente que una vez se tuvo, o basta con haberlo deseado con tanta vehemencia que se llegó a creerlo?

Motivación, autoengaño, simple confusión, necesidad... demasiadas cartas para jugar intrascendentemente a los solitarios. 


Son los gajes de la difícil tarea de sobrevivir, incluso a solas con nosotros mismos... 

Julia C.

sábado, 6 de septiembre de 2014

El otro amante





Era un amante excepcional, meticuloso y entregado. Añadiría que también pulcro, si así se puede ser en estos menesteres. Dominaba a la perfección lo que ya sabía, pero tampoco había perdido el afán por aprender y perfeccionarse, por “conocer más” en el amplio sentido de la palabra. La única pega es que no era mi amante, sino el más rendido y prendado amante de las palabras. Me consuelo pensando que hay peores objetos de deseo para un hombre y pocos rivales menos dignos para una mujer.


Sesudo como era, se entregaba con escasa frecuencia  a la risa y la conversación intrascendente, esa que tanto relaja y tan amablemente llena los resquicios del tiempo cuando se está cansado después de un día largo. Aun así, en ocasiones, conseguía llevarle a mi terreno y parecía olvidar por un rato la pesada carga que sin duda él sentía sobre los hombros. Entonces, como a un niño al que hay que motivar, yo le hacía pequeños regalos. 


Le traía palabras preciosas como raras piedras, o musicales hasta el punto de cosquillear el paladar; o palabras en desuso que encontré rebuscando en algún baúl del tiempo, complicadas hasta rozar el sinsentido, o sencillamente palabras  inventadas por mí para su diversión y la mía. Si estaba de humor y se prestaba, jugábamos a las caricias del sonido al pronunciar, a deleitarnos con vocablos esbeltos y elegantes como de pasarela, a los sentidos escondidos entre los pliegues de las letras encadenadas, a las confusiones del lenguaje que solo desde el cariño se pueden provocar y después esclarecer. Puede parecer absurdo, pero compartir estos ratos con él resultaba tremendamente erótico…


Después, como llamándose a sí mismo al orden, volvía a ser él con todas las consecuencias y la magia se desvanecía. El retornaba al ceño que yo adivinaba fruncido, porque no nos veíamos las caras, y yo a la prudente distancia. Siempre he preferido que me echen de menos a que me echen de más. 


Guardo buenos recuerdos de aquella época, y sin duda aprendí muchas cosas extremadamente útiles que nunca necesitaré poner en práctica. Aún así no las cambio por aquel beso fraguado a fuego lento que tardó años en llegar o aquellas caricias apresuradas e incendiarias, como si el tiempo del Universo fuera a agotarse, que en cierta ocasión me dedicó. Resultó que de tanto desearle me había vuelto inmune a las vulgaridades de la piel. 


Contradicciones de andar en tratos con un amante de las palabras…

Contando historias




Te he contando tantas historias durante éste tu prolongado sueño que he llegado a creer que compartíamos el tiempo, la emoción, y hasta las ganas de un final hermoso para todas ellas. Tus párpados eternamente cerrados no han sido mi desánimo, sino mi acicate; y a falta de otra clase de valentía más heroica, transformé las palabras salidas de mi boca en un puente mágico para llegar hasta ti. No había de importarme lo que dijeran, estabas conmigo. No había de importarme lo que pensaran, el rojo de mi sonrisa era solo para ti. 


Transcurrieron como haciendo delicados pasos de ballet los días de las semanas y las semanas de los meses y aquí,  sentada a la orilla de tu blanco lecho, he sido muy feliz. No necesitaba más que la luz de la mañana entrando por el ventanal y el mudo asentimiento que amorosamente me regalabas para obviar toda la miseria del mundo. Una historia, la nuestra, nacida de las historias que inventaba para ti.


Hoy también he acudido a nuestra cita, puntual e ilusionada, pero hoy no es un día corriente. Hoy supe que abriste los ojos, por fin, y que volviste a esta realidad donde habitamos los que nos creemos vivos. Hoy me han contado, como quien no dice nada importante, que en la confusión de los primeros instantes pronunciaste con vehemencia un nombre de mujer, uno que no era el mío. Cómo podría serlo si nunca llegué a decírtelo.

Ya ves, la inercia inmisericorde me ha traído de nuevo a tu habitación y aquí, impasible como si el Universo no yaciera hecho jirones a mis pies, he vuelto para contarte una historia con final feliz. Ahora que puedes mirarme sé que no me ves, pero no importa: un corazón roto no ha de sentir.