Me pregunto
si hay un sitio donde reposan, quizás en paz, todos esos pensamientos e ideas
que quedan sepultados bajo el alud del sueño. Blanco, engañoso, imprevisible,
inofensivo en apariencia pero que sin embargo todo lo entierra bajo su
silencioso y helado peso.
En ese lugar,
si existe, compartido por tantas mentes, debe haber grandes ideas, textos
preciosos, soluciones ingeniosas a problemas difíciles, versos perfectos que
nunca verán la luz. Allí deben residir todas esas cosas que brotaron luminosas
como chispas de genialidad y que después, jugando al escondite entre los recovecos
del olvido que ampara el sueño, pasaron a ser irrecuperables.
Como si
nunca hubieran existido, como si nunca hubieran hecho sentir feliz o satisfecho
a nadie, como si no hubieran borrado ceños torvos o dibujado sonrisas. Quedaron
dolorosamente convertidas en material no reciclable en el haber intelectual de
tantos que se durmieron sin tomar las debidas precauciones y que confiaron en
la memoria.
Ha de ser un
lugar inmenso…
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