Te he
contando tantas historias durante éste tu prolongado sueño que he llegado a
creer que compartíamos el tiempo, la emoción, y hasta las ganas de un final
hermoso para todas ellas. Tus párpados eternamente cerrados no han sido mi
desánimo, sino mi acicate; y a falta de otra clase de valentía más heroica, transformé
las palabras salidas de mi boca en un puente mágico para llegar hasta ti. No
había de importarme lo que dijeran, estabas conmigo. No había de importarme lo
que pensaran, el rojo de mi sonrisa era solo para ti.
Transcurrieron
como haciendo delicados pasos de ballet los días de las semanas y las semanas
de los meses y aquí, sentada a la orilla
de tu blanco lecho, he sido muy feliz. No necesitaba más que la luz de la
mañana entrando por el ventanal y el mudo asentimiento que amorosamente me
regalabas para obviar toda la miseria del mundo. Una historia, la
nuestra, nacida de las historias que inventaba para ti.
Hoy también
he acudido a nuestra cita, puntual e ilusionada, pero hoy no es un día corriente. Hoy supe que abriste los ojos, por fin, y que volviste a esta realidad
donde habitamos los que nos creemos vivos. Hoy me han contado, como quien no
dice nada importante, que en la confusión de los primeros instantes pronunciaste
con vehemencia un nombre de mujer, uno que no era el mío. Cómo podría serlo si
nunca llegué a decírtelo.
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