Se asomó
curioso a la siniestra rendija que dibujaban las hileras de pestañas negras en
sus párpados. Quería ver si quedaba algo de la mujer que le enamoró por su
bondad y altruista corazón, pero allí solo había un abismo verde jade que
amenazaba con fagocitarle.
Se dio la
vuelta confiado, se quitó la bata blanca para colgarla de la percha y sonrió
satisfecho.
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