Era como ascender por una pendiente, jadeante
y desesperado, con el delicado fardo entre los brazos. Una jauría de tristezas
y decepciones le seguía el rastro de cerca, pero esta vez no estaba dispuesto a
dejarse atrapar. Esta vez no.
Después de todo qué culpa tenía él de
haberse enamorado de su propia muerte, una delicada y hermosa figura toda paz y
negro descanso. Sería un largo romance lleno de calmados silencios y frío de
cementerio, pero auténtico a buen seguro, y no iba a consentir que nadie los
separara ahora que ella había aceptado su propuesta.
El cortejo fue largo, con sus
acercamientos y sus distanciamientos, con buenos y malos momentos, pero
finalmente comprendieron que no se podía luchar contra el sino y que estaban
hechos el uno para el otro. Ella le obsequió con fidelidad inmutable y promesas
del más allá; y él, a falta de anillo que ponerle en el dedo, con su firma
estampada solemnemente en aquel documento donde declinaba seguir recibiendo
tratamiento médico. Dejaría que el cáncer glotoneara sin trabas consumiendo sus
fuerzas y su vida hasta el final; entonces podría estar con ella. ¡Eran la
pareja perfecta!
Pero la jauría seguía tras ellos, sin
piedad ni deseos de comprender, y su
amada, a pesar de la aparente liviandad, pesaba tanto…
(La fotografía corresponde a una representación de "el rapto", de Cézanne)
(La fotografía corresponde a una representación de "el rapto", de Cézanne)
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