jueves, 18 de diciembre de 2014

El escritor

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Sobre su querida mesa las sempiternas gafas de pasta negra y una mancha de luz artificial emborronando vigilias a destiempo. Era escritor solo de vocación, pero qué más hubiera querido él que ganarse la vida gastando las horas y su vista mientras hilaba historias sentado en aquella vieja silla, antaño color café.

De día inventaba, soñaba, tramaba, acumulaba jirones de vidas vividas solo en su cerebro. Y también pagaba su pan y las facturas recogiendo la basura y el desdén de otros, pero eso no contaba.

De noche era el señor de su castillo de letras y derrochaba a manos llenas la existencia que hubiera debido ser sueño. Era preciso verter en arcas de tinta y papel su precioso tesoro.

Así trazó el mapa de su felicidad, ni más ni menos certero que otros, hasta que un día el Insomnio perenne, por tanto tiempo convocado, vino a tomar posesión de su más devoto siervo. Perdió su trabajo y la razón, pero por fin se convirtió en escritor de profesión. El más grande escritor de sinsentidos jamás conocido.

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