jueves, 30 de octubre de 2014

No te limites a estar vivo... ¡vive!



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Desperdicié muchos momentos pequeños que parecían no significar apenas nada y que sin embargo ahora lo serían todo. Esta muerte mía me ha vuelto patas arriba las prioridades y ha relativizado con crueldad la importancia de las cosas.

Ahora que solo puedo quererte desde este frío silencio que casi me enloquece daría todo lo que tengo, aunque es más bien poco, por volver a oír tu risa redoblando la mía. Quizás porque no tengo nada no puedo comprar ese privilegio; aquí se mercadea con las lágrimas y los recuerdos. De las primeras no me quedan, de los segundos no quiero desprenderme.

Una quietud inamovible me atenaza los huesos del alma, no sabes cómo duele, y echo de menos la tibieza reconfortante de tu cuerpo que ahora se me antoja ascua resplandeciente de vida. Ya ves, hasta  me conformaría con el calor de una de nuestras estúpidas discusiones, porque cualquier cosa es mejor que esta soledad polvorienta de desván abandonado e inútil.

Aquí ya no hay piel, ni sangre, ni corazón. No tengo conciencia de cuerpo ni me siento porque merodean petulantes la nada, la anestesia total, la ausencia con mayúsculas. No te haces  una idea de lo terrible que resulta respirar ausencias de todo lo que amaste alguna vez. Tampoco hay ya colores, solo un peso gris sobre el pecho y bajo los párpados del que no puedes escapar.

Tengo tanto que decirte, amor mío, que no diré nada. No quiero cargarte con el yugo de unas penas que aún no son las tuyas, de una oscuridad despótica y maloliente que aún no te acecha, de un eco de negra podredumbre que sé eterno y que acabará por engullirnos a todos.

Solo te daré un consejo, hazlo por mí: no te limites a estar vivo, ¡vive!

Julia C.

martes, 28 de octubre de 2014

Blogosfera, incesante marea...



Blogosfera: lugar intangible y sin coordenadas en el mapa que alberga una incesante marea de historias y letras, sentimientos, sueños y versos; de conocimientos y pedacitos de alma. Todo ello en armónica e incesante corriente.

Blogosfera-marea




Llegué queriendo quedarme, con las ganas y mil proyectos a flor de piel. Paseo, leo, aprendo, y a ratos creo que la marea es mi acicate para poder crear. Otras, en cambio, me arruga la frente y me apabulla con su inmensidad, amputándome la inspiración como si de un miembro inútil se tratara. ¡Ay, no vine para eso!



Pienso triste: ya escriben los demás, ya lo expresan ellos, ya lo han vivido los otros y lo cuentan, seguramente mejor de lo que nunca podría llegar a hacerlo yo. ¿Acaso es preciso que esté aquí, acaso podría aportar algo?



Detengo un segundo el enérgico tecleteo que deja constancia escrita de estas palabras preñadas de desilusión y llevo mi mano al puente de las gafas para evitar que sigan deslizándose por la pendiente de mi nariz. El gesto, como una revelación, me hace caer en la cuenta de un detalle: nadie más que yo podría verlo todo a través de mis ojos, precisamente porque son míos; nadie más mira la vida a través de mis lentes. Sí, todo depende del sutil velo de color y experiencia a través del cual interpretamos cada cosa.



Empiezo a sentirme mejor, la nube gris del desánimo se convierte en humo leve que puede llevarse la brisa. Miro por la ventana nuevamente ilusionada y recuerdo todo lo que me queda por escribir y compartir. Sonrío, ¡no hay tiempo que perder!

(Foto extraída de internet)


sábado, 25 de octubre de 2014

Los olores de una vida...

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Siempre tuvo la habilidad de retener en su memoria los olores con total nitidez, de forma que poseía todo un catálogo de experiencias olfativas registradas en su cerebro. Para ella era algo natural, inevitable, y con frecuencia usaba esos registros para explicarse a sí misma ciertos sentimientos. Le parecía que los olores eran algo más tangible y fácil de descifrar que los mensajes, a veces en clave, que le enviaba su corazón. En ese momento, más sola de lo que nunca se había sentido, se le ocurrió que si tuviera que asemejar su relación con Carlos a un olor, sería al de la fruta madura en exceso: un punto dulzona y un punto corrompida, tristemente echada a perder.

Nadie que los observara podía dudar de que se querían, o al menos de que lo parecía, pero es que maquillaban cuidadosamente su existencia. Y no era por afán de engañar, ni siquiera a ellos mismos, sino que la costumbre de los tiempos en que lo eran todo el uno para el otro los arrastraba con impenitente inercia.

Lástima que ahora los gestos de cariño estuvieran huecos, los besos secos, las caricias acartonadas en el olvido de una pasión que había sido sustituida por confortable rutina. Si se paraba a pensarlo en un descuido echaba de menos hasta la desesperación los olores de otro tiempo, esos que asociaba a la exuberancia de cuerpos colmándose uno en otro, a los frutos en plenitud de cada estación de sus vidas, a las flores y el café de todos los lugares que habían visitado enlazados por la cintura.

Un insecto fue a posarse sobre la tibia mancha de luz que el sol proyectaba sobre el dorso de su mano y el cosquilleo la sacó del ensimismamiento, trayéndola de vuelta a aquel sofá, a su casa, a la realidad. Miró en rededor: el equipaje estaba en la puerta, la casa en perfecto orden, un sobre con la nota sobre la mesita del salón. Bien, ya está.

Inspiró profundamente y se puso en pie con decisión, como para sacudirse los recuerdos que debía dejar atrás y que le pasaban como losa para tomar su decisión. Se encaminó a la salida y aunque no tenía miedo de convertirse en estatua de sal, tampoco sintió deseos de mirar por encima de su hombro atrás. Jamás olvidaría el olor a nada de aquella despedida sin palabras…

sábado, 18 de octubre de 2014

Los bloggers y el espejo de las vanidades

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No pretendo descubrir la pólvora, faltaría más, solo exponer algunas reflexiones que todos los bloggers podríamos hacer, aunque fuera a solas con nosotros mismos…



Veamos, la blogosfera es un “sitio” enorme, y cada uno de los que aquí escribimos no somos más que un grano de arena en el vasto desierto (eso creo que lo tenemos asumido, mal asunto si no). Pero ¿por qué nos importa tanto ser un grano importante y reconocido? ¿Acaso no debería bastarnos la satisfacción personal de estar llevando a cabo un proyecto que nos convence y en el que depositamos ganas e ilusión? ¿No deberíamos quizás conformarnos con gustarnos a nosotros mismos?



Dado que aquí la lucha por la popularidad es constante, que los esfuerzos que se dedican a ganar lectores son ímprobos, que los conocimientos que deben adquirirse para empezar siquiera a estar en la onda son notorios (no hay más que ver la gran cantidad de tutoriales de ayuda que hay y la gran aceptación que tienen) y que las expectativas de gustar son el motor de cada escrito, creo que la respuesta es “no”. No basta, no nos conformamos.



Hay que ser sinceros, no tiene nada de malo, pero buscamos mil y un modos de promocionarnos y darnos a conocer, escarbamos interesados entre los textos de quienes prometen desvelarnos el secreto para conseguir el post perfecto, pedimos votos, cambiaríamos nuestra pluma favorita por la receta que nos permita enganchar para nuestra causa a cada lector que nos visita, cruzando los dedos para que sean muchos, y si acaso nadie nos busca, a toda costa queremos dejarnos encontrar



Se me ocurre que la clave y el resumen es considerar que escribir es una forma sutil de “exhibicionismo intelectual” y que como tal se necesita público para que sea un acto con sentido y plenamente satisfactorio. Ya está, no somos malas personas porque tampoco es que le hagamos daño a nadie, no?.



Y quizás no vamos a reconocerlo nunca, quizás seguiremos diciendo que escribimos solo porque nos encanta compartir y enriquecernos con la opinión de otras personas, pero cuando caiga el telón y desconectemos el monitor de nuestro ordenador, a solas ya, no nos quedará más remedio que mirarnos al espejo… ese espejo que refleja nuestra propia vanidad, satisfecha o no.

sábado, 11 de octubre de 2014

Quiero olvidar...




Que me devore el sueño, que me de la muerte entre sus brazos de olvido y negra paz.

Que me estruje entre sus garras y exprima de mi pobre cerebro cada palabra, cada recuerdo que hiere mi maltrecha alma.

Que me desconecte de la vida, que me robe el aliento y convierta mi cuerpo en andrajos de muñeca de trapo extraviada en un desván.

Que me lo quite todo, que me salve del afán de seguir viva y quererle, porque ya solo aspiro a ser tumulto invisible y soledad.

Que sea para siempre, que la amnesia perenne del árbol de la ausencia me libre de seguir entre los otros, como si fuera aún un ser humano más.

Julia C.

martes, 7 de octubre de 2014

Juegos y café para dos

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A solo la distancia de una mesa y dos tazas de café, pero tan lejos… 


Nos habíamos estado contado las novedades y riéndonos como bobos con todas las tonterías que se nos ocurren siempre; estábamos felices y relajados en aquella esquina tan nuestra de la terraza, tanto que no terminaban de borrárseme los restos de sonrisa de los labios, como si fueran inquilinos deliciosos que fueran a quedarse para siempre. Y puede parecer estúpido, pero ese relax después de varios días de tensión, me hizo el mismo efecto que un par de copitas de algo fuerte, con todas sus consecuencias.


Empecé a mirarle de otro modo, empecé a recrearme en cada uno de los rasgos que hacen que le encuentre tan arrolladoramente varonil y su voz, profunda y acariciadora, se me hizo aura consolando mi piel del primer fresco de la tarde.  Se me desdibujaron las palabras y las intenciones ceñudas que solo unas semanas atrás fueron el acompañamiento de nuestro café, uno de tantos y sin embargo el más amargo, el que podía presagiar un final para nosotros. Tantas dudas en el aire, tan dura la tarea de encontrar una fórmula que nos permitiera vivir en paz a los cuatro. No es fácil querer a dos personas a la vez…


Todo eso iba quedando atrás por efecto de mi borrachera imaginaria y recordé aquella primera cita en una cafetería del centro, hace ya tantos años. Yo no soy una mujer pequeña  pero su abrazo, a un tiempo sutil y seguro, me hizo sentir diminuta. Pensé que era extraño que un hombre tan grande fuera tan delicado. Desde ese primer momento me gustó siempre verme rodeada de su cuerpo y tener que mirar muy arriba para besarle. 


Quizás resulte posible que pueda leerme el pensamiento, no lo sé, pero esa chispa dorada contra el verde de sus ojos me hizo intuir que andábamos pensando cosas parecidas. Ya no hacían falta tantas palabras, ese era momento de usarlas solo para que no resultasen indiscretas las caricias de la mirada. 


Comenzó a rodear el borde de tu taza despaciosamente, la sonrisa de medio lado, y yo miraba la sucesión de círculos como hipnotizada. La desinhibición de mi lascivo pensamiento me transportó a momentos en que esas mismas manos, grandes y fuertes, tomaron mi cuerpo por juguete de sus deseos. Siempre tuvo ese poder sobre mí, el de despertar sensaciones dormidas y deseos que por insospechados tuve que aprender a aceptar. Su piel morena contra la mía blanca, su tacto áspero contra el mío suave, su generosidad contra mi necesidad. 


El rubor indiscreto acudió a mis mejillas sin invitación; nunca ha dejado de ser un fastidio y una tortura para mí resultar tan evidente. Y él, sin dejar de mirarme, apartó de si la taza y sacó con deliberada parsimonia algo de sus bolsillos. Lo dejó sobre la mesa, cubierto con la mano para impedir que yo lo viera. Me preguntó “¿sí o no?”.


No sabía lo que era, ni sabía cuál pudiera ser el juego, pero mi respuesta fue “sí”. Con él la respuesta siempre era sí, incluso a mi pesar, incluso aunque la propuesta me resultara descabellada. 


Hizo un gesto al camarero para que trajese la cuenta y después me dejó ver lo que había estado ocultándome: la llave de una habitación de hotel, nuestro hotel.


Qué verdad tan grande es esa de que a veces sobran las palabras… 

(Foto obtenida de www.fotospix.com)