Como si fueran las cuentas de un rosario, cada tarde me
sentaba en un rincón a acariciar las ajadas perlas de aquel collar. No rezaba, pero
sí maldecía por lo bajo en ritual letanía, moviendo apenas los labios ahora secos
de besos y dejando resbalar algunas lágrimas que eran más amargas que saladas y
que parecían no tener vocación de agotarse alguna vez.
Maldecía y recordaba, me autolesionaba escarbando en los
recuerdos más dolorosos para ver si de una vez me estallaba el corazón y dejaba
por fin de quererle. Me traicionó, me trató como a una muñeca con la que se
juega un tiempo y luego se abandona, me robó la inocencia y la candidez que
reviste de magia el primer amor. Todo lo que saqué en claro de aquella relación
malsana fue llanto y un collar de perlas falsas. Mi familia no me lo perdonó;
yo tampoco.
No sé en qué momento la tristeza y la desesperación fueron
sustituidas por la curiosidad y el asombro ante los cambios de mi cuerpo, pero
sucedió que conforme aquel corazón diminuto latía a mi costa y ganaba terreno
en mi vientre, yo abandonaba la costumbre de castigarme por mi error y de sobar
aquel maldito collar. Sería un duro camino, pero en
la profundidad del invierno, finalmente aprendí que dentro de mí yace un verano
invencible y que el sol deslumbrante que traía
consigo, espantaría definitivamente a la locura y la desgana de vivir. Por mí,
por mi hijo.
Julia C. Cambil
Código: 1504113821396
Fecha 11-abr-2015 19:50 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Julia C. Cambil
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