El deseo se le enroscó en las entrañas
como una serpiente del Edén cualquiera, y ésta trajo de la mano a las pirañas
de los celos y al cuervo capaz de nublar con negra ala su frente para hacerle
creer que amar era poseer.
Así fue que le construyó una cárcel de
mimos y abrazos sin que lo advirtiera, con taimada paciencia, y luego trabó la
sólida puerta con sutiles chantajes de mujer. Era toda una maestra en el arte
de la manipulación.
Al principio ni él mismo reconoció que
estuviera preso, porque es más fácil negar las cosas que enterarse
de ellas y porque así su orgullo masculino
quedaba a salvo. El amor que sentía era una tupida venda que cubría sus ojos de
ciego vidente. Pero el tiempo acabó por encender una vela en su instinto de
conservación y supo que las cosas no eran como debían ser.
Creyó percibir que el espacio a su
alrededor menguaba conforme aumentaban las atenciones de ella, y decidió probar
pequeños intentos de alejamiento, solo por el gusto de respirar su propio aire.
A los pocos minutos comenzaban los
reproches y llantos y él, entre conmovido y angustiado, trataba de consolarla.
Le repetía con absoluta sinceridad una y mil veces que en ningún sitio quería
estar más que a su lado. Esas dulces palabras no hacían sino avivar el
enfermizo amor en el pecho de ella, como un volcán capaz de arrasarlo todo.
Sintiendo el nudo corredizo estrecharse,
intentó también el diálogo. Quería que comprendiera que una pequeña porción de
independencia no suponía abandono. Pero a cada tímido reclamo de libertad para
sí, ella vertía obsesivas acusaciones de infidelidad sumida en un trance de histeria
y odio irracional. Después llegaba la calma, recapacitaba acunada en sus brazos
y el cuervo plegaba las alas para dejarla descansar. Es cuando pedía perdón, cuando
juraba que esa había sido la última vez. Y aunque el hombre cedía y decía que
ya estaba olvidado, buscaba aterrorizado en las pupilas de ella el rastro
ausente de la mujer que había conquistado en otro tiempo su corazón.
La cuerda del arco se fue tensando, el
miedo sustituyó al cariño y la sensación de ahogo acabó por privarle de la
alegría de existir. Ahora ya no pensaba en cómo arreglar la situación, sino en
escapar a toda costa, adónde fuera, pero lejos de esa presencia absorbente y
malsana.
No se dio cuenta de que el cuervo
vigilaba sus planes, de que las pirañas reclamaban alimento sin tregua, de que la
serpiente se impacientaba y había conseguido anular por completo la noción de
realidad de ella. La intuición enfermiza de lo que estaba por suceder desencadenó
la tragedia para ambos… y las alimañas al fin tuvieron su festín.
Julia C. Cambil
Código: 1504123823328
Fecha 12-abr-2015 5:29 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Julia C. Cambil
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