jueves, 12 de marzo de 2015

Té con limón

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Temió no ser capaz de sobrevivir a la aplastante cotidianidad de la vida sin aquellos encuentros y optó por la única salida factible: la mentira. Se convirtió en una experta inventando excusas para llenar de credibilidad las largas horas en que desaparecía; borrando de su cuerpo las felices marcas de aquellas sesiones de sexo apasionado y desinhibido que compartía con su amante; haciendo desaparecer el olor que hasta en las entrañas llevaba y que no le pertenecía, siempre después de que estuvieran a solas.

Ella no lo había buscado porque ni tan siquiera podía imaginarlo, sencillamente sucedió. La culpa no era de nadie, salvo si acaso de aquel matrimonio conveniente pero exento de pasión y de aquel marido difuso, apenas presente en el horizonte de su existencia. Tales pensamientos, a modo de remordimientos domesticados, la acompañaban siempre mientras conducía, otra vez de regreso a casa y a la soledad de su joven cuerpo. En su mundo elegante y perfecto no había antídoto ni perdón para cierto tipo de errores, pero ella estaba dispuesta a seguir adelante con tal de no renunciar a Natalia.

Dejando vagar la imaginación evocaba siempre su cuerpo delgado y fibroso; aquella blancura aterciopelada y fragante de su piel haciendo curvas perfectas sobre una carne delicada y firme; las expertas manos cuya habilidad para hacerla estremecer siempre había admirado; la melena plagada de ondas rebeldes y la sonrisa, esa sonrisa que desde el principio fue su consuelo y el acicate para que confiara en ella todas sus penas.

Aún notaba mojarse su sexo sin remedio al recordar aquella primera tarde en que Natalia la había invitado a subir a su casa y compartir un inocente té con limón.

- ¡Ay nena, está diluviando, no encontrarás un taxi en mil millones de años! Vamos a mi casa un rato, hasta que escampe, ¿si?

Se habían conocido casualmente en un ciclo de conferencias sobre “bienestar mental” y apenas si habían cruzado una palabra hasta ese momento. Se la quedó mirando sorprendida porque no estaba segura de que fuera a ella a quien se dirigía, pero ya no quedaba nadie más a las puertas del local. Con el tiempo llegaría a amar desesperadamente esa vitalidad confiada y esa despreocupación absoluta por todo lo que eran apariencias o convencionalismos.

- Esto... Yo?.... sí que llueve... Pero...
- Vamos, es aquí al lado. ¡Es tu día de suerte!

Y echó a caminar acera abajo sin dejar de parlotear. Le explicaba que la invitaría a tomar el mejor té con limón del mundo y que no había gris del cielo que ese té no pudiera colorear. 

Sin duda, aunque en un sentido bien diferente, aquella broma se convirtió en una afortunada premonición.

Julia C. Cambil

Código: 1504123823298
Fecha 12-abr-2015 5:29 UTC
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