Cada vez que le abrazaba
sentía el miedo latiéndole en los huesos; un miedo atroz a tener que existir
sin él alguna vez.
Era malo cuando no le quería,
cuando ella estaba vacía y perdida y encontraba motivos para burlarse de él la
mayor parte del tiempo. Pero tenía que reconocer que era mucho peor ahora.
Después de todo no es agradable sentir que una parte de ti ya no te pertenece,
o que tu corazón late de prestado, bombeando una ilusión que solo de él puede provenir.
Dependencia emocional,
felicidad absoluta: un binomio que ninguna mujer del siglo XXI encontraría
aceptable.
“Hay que diversificar, tener
más de un interés, por lo que pueda pasar mañana”
“Las mujeres no tenemos que
seguir a nadie, mucho menos a un hombre. Nos hemos ganado el derecho de hacer
nuestro propio camino”
“No se puede querer a nadie
más de lo que te quieres a ti misma. Si caes en ese juego ya has perdido la
mitad de tu autoestima”
Esas y otras consignas de su
pasado reciente acudían a su mente en tropel mientras su frente ceñuda luchaba
a brazo partido con la sonrisa que el amor desbocado prendía en su boca.
Sentimiento o conveniencia.
Lo que dicen que está bien o
lo que yo quiero.
Sobre el jarrón de la mesa
lucían ya algo marchitas las flores que él le enviara hace unos días. Era
inteligente por su parte haberle dejado un recuerdo visual y hasta oloroso de
la decisión pendiente de tomar. Y ella, tozuda y confundida, se negó a
alimentar sus dudas cambiándole el agua a la flores. Pero el tiempo se agotaba.
Aún recordaba la primera vez
que acudió a una de sus conferencias. Pensó que era un loco o un oportunista,
pero en ningún caso el visionario que él se creía. Algunas de sus ideas no
estaban mal, aportaban algo de esperanza a este mundo emocionalmente
empobrecido y carente de valores, pero lo demás le pareció pura palabrería y
utopía. Una mente crítica e instruida como la suya no ayudaba a tragarse todo
aquello de una vez y porque sí.
Luego, en la recepción que
siguió al coloquio, tuvo la oportunidad de verle más de cerca y charlar con él
unos minutos. Matizó algunas de sus afirmaciones tras esa mirada como de
estanque de cuento y esos ademanes que acariciaban sin tocarla. Tuvo que
reconocer a su pesar que no era un tipo corriente, pero incluso esos detalles
los encontró algo amanerados y poco masculinos por aquel entonces. Estaba claro
que era una completa escéptica en todo lo que tuviera que ver con él.
Qué curioso cómo suceden las
cosas, nadie podría aventurar por aquel primer encuentro y aquellas primeras
impresiones cómo iban a desarrollarse después los acontecimientos.
Ahora le amaba hasta con la
última y más recóndita fibra de su ser, y tras dos años de ser uno solo, como a
él le gustaba decirlo, le había hecho la proposición más importante de su vida,
la que habría deseado cualquier miembro de la comunidad: estar juntos para
siempre, trascender.
Mucho había tenido ella que
cambiar hasta llegar a ese punto del camino, era verdad, pero lo había hecho
con gusto y por convencimiento, porque así debía ser. Terminó por aceptar junto
a su amor su doctrina y sus ideas, se había convertido en su más aventajada
discípula.
Y ahí estaba su premio, ese
ramo de flores y esa proposición: compartir el suicidio.
Julia C. Cambil
Julia C. Cambil
Código: 1505094052892
Fecha 09-may-2015 21:05 UTC
Licencia: Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0
Fecha 09-may-2015 21:05 UTC
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