lunes, 29 de junio de 2015

Marioneta: La liberación (parte II)



Los días pasan y el papel preñado de tinta y momentos de mi vida se va amontonando sobre la mesa. Es una visión escalofriante, porque cuanto más altura gana, menos existencia creo que me queda. Apenas como, me cuesta conciliar el sueño. Solo puedo pensar en esa blancura emborronada de letras temblorosas que más seriamente amenaza con aniquilarme cuanto más la alimento.

He probado a hacer cosas diferentes, a ocupar mi tiempo con mil actividades que después pudiera redactar prolijamente. Incluso intento introducir nuevos personajes en la representación teatral en la que se ha convertido mi vida. Quizás alguno de entre ellos pudiera alterar sustancialmente su curso y darme, en el mejor de los casos, algún capítulo de ventaja. Pero de nada sirve, es un burdo e ineficaz intento de engaño: quien me manda no está interesado en nuevos personajes y nada aparece sobre ellos en el texto. Yo creo que ya tiene decidido el final y no está dispuesto a alterarlo, pero ni siquiera yo conozco ese final.

Anoche soñé, como todas las noches, supongo; pero lo novedoso es que en esta ocasión la luz del día no se llevó consigo el recuerdo consciente. Creo que vienen en mi ayuda, los sueños o quien los dirija, y me han ofrecido una solución, una forma de salvarme del final de mi autobiografía.

Ha sido un sueño largo, oscuro, encriptado en mil imágenes absurdas e inconexas, seguramente para esconder a ojos y oídos peligrosos lo verdaderamente importante. Yo apenas si me atrevo a pensarlo, no sea que el plan se malogre, pero intentaré reunir el valor para llevar a cabo lo sugerido. Es mi última oportunidad.

Continuará…

Julia C.

Para leer las otras partes pincha aquí: parte I / parte III


Para leer la segunda parte de Edgar pincha aquí
Para leer la segunda parte de María pincha aquí   


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: 29-jun-2015 8:56 UTC

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viernes, 26 de junio de 2015

Marioneta: La liberación (parte I)


Dicen que en la variedad está el gusto, y es gusto nuestro demostrarlo…

Sin planificarlo y casi sin querer surgió la idea del “juego literario” que leeréis a continuación. Es lo que pasa cuando personas con ganas de hacer cosas nuevas y afición por escribir se ponen a charlar y a reír, que salta la chispa de un reto y todos se embarcan. ¡Si nos ahogamos nos ahogamos, pero vamos a divertirnos!

Una idea y tres autores. Tres estilos diferentes de escribir para un género, el micro. Un solo hilo argumental desarrollado en tres versiones. Cada micro de cada autor con tres partes.

No es un trabalenguas ni un problema de matemáticas, es lo que María Campra Peláez, Edgar K. Yera y Julia C. hemos escrito.

¡Esperamos que os guste!

(Para facilitar la lectura al final de esta primera parte encontrarás los enlaces a las partes segunda y tercera) 

Marioneta: La liberación (parte I) 

Hago creer que escribo historias, que invento destinos de letras, pero en realidad no soy más que la triste marioneta de argumentos que se escriben solos. Ellos me utilizan a mí, no soy yo el que se sirve de ellos, y así ha sido siempre desde que aprendí a usar la pluma.


Que yo recuerde no ha habido ocasión en que no acatase su caprichosa voluntad, entregándoles mis horas de vigilia o de sueño sin escatimo. Aprendí pronto que era un atrevimiento peligroso no plegarse a sus necesidades y que mi cerebro podía licuarse en un torbellino atroz de dolor si lo intentaba. A cambio ellos me convirtieron en escritor, diría que aceptable, y me dieron una forma de ganarme la vida. Es un pacto no escrito o escrito a cada letra, no lo sé; pero sí sé las reglas: obedecer.

Ahora también me mandan, como siempre, pero por primera vez me aventuro a hacer trampas y demoro con mil argucias la trama, que demasiado conocida me resulta, y el inminente final. ¡Qué broma macabra es estar escribiendo sobre mi vida y mi muerte con todo lujo de detalles!

No sé qué será de mí cuando la negra tinta se derrame esforzada en el punto y final de esta historia, pero me temo que será lo último que yo escriba. El tiempo se me agota a cada renglón.

Continuará...

Julia C. 

Si quieres leer la continuación pincha aquí: parte II / parte III 

Para leer la primera parte de María pincha aquí
Para leer la primera parte de Edgar pincha aquí  


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jueves, 25 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Remendando corduras (V)



Parte V – Remendando corduras

Giselle y Marisa

La sorpresa pudo más que una vida de experiencia y no supo reaccionar a tiempo. Sin saber cómo los cálidos y sonrosados labios de Giselle se posaron sobre los suyos en un beso que nada tenía de tímido. No es que fuera posesivo ni intimidatorio, pero sí decidido; también placentero, para qué negarlo.

Su primer impulso fue rechazarla, apartar de sí aquel aliento perfumado y dulce, aquella suavidad que la retrotraía a un periodo de su vida en que las ganas de experimentar no encontraban cortapisas. Y en honor a aquellos días de juventud y aprendizaje en que hubiera sido capaz de saltar sin red desde lo más alto, se contuvo y la dejó hacer.

Los labios y las manos de Giselle viajaban ligeros de equipaje por su cuerpo y ni la culpabilidad ni otras incómodas consideraciones sociales parecían afectarle. Con la maestría que el deseo confiere a quien conoce a la perfección los resortes del cuerpo que conquista, fue desmadejando suspiros, erizamientos de la piel y ganas insospechadas.

En cierto momento Marisa se rindió por completo y dejó de pensar, vencida al fin por las maravillosas sensaciones que cada uno de sus receptores nerviosos, recién despertados, le regalaba. Se dedicó a sentir y a corresponder como mejor sabía a aquel regalo inesperado que su joven amiga le hacía. El velo oscuro que momentos antes turbara su paz había desaparecido por completo y el calor corrosivo de su estómago se había tornado en otro tipo de ardor mucho más colorido y placentero.

Entre caricias y gozosos descubrimientos los minutos fueron deslizándose silenciosos a su alrededor. Parecían no querer despertar al reloj de la realidad, que sin duda se había detenido para ser su cómplice aquella noche. Pero el encantamiento quedó roto cuando Giselle intentó soltar el broche que sujetaba el único tirante del vestido de su compañera de juegos. Entonces Marisa retornó bruscamente de su maravillosa ensoñación y fue consciente de que no podían continuar en aquel salón, expuestas a la vista de cualquier invitado rezagado. Dudó unos instantes mientras impedía con dulzura la atrevida maniobra de Giselle y después se puso en pie. Tomándola de la mano la condujo escaleras arriba, hacia su dormitorio.

Roberto

La madrugada estaba bien consolidada cuando cerró la puerta de entrada con el mayor sigilo posible. Era obvio que la fiesta había terminado y que el servicio se había retirado, pero sin duda Marisa lo estaría esperando. Se dirigió al dormitorio pensando que le aguardaban un millón de reproches airados y un mar de llanto histérico, por eso quedó totalmente paralizado ante la visión.

La cama era puro oleaje de sábanas blancas rompiendo con acogedor mimo sobre sonrosadas curvas de piel rosada; las melenas deshechas en ondas oro y azabache se derramaban sin pudor sobre la almohada y mezclaban mechones en delicioso contraste; sobre la quietud del sueño apacible de aquellas mujeres flotaba, casi tangible, el dulce aroma del deseo colmado.

Tuvo que apoyarse en el quicio de la puerta y respirar profundo para sobreponerse. No era capaz de discernir si entre sus sentimientos predominaba el deseo más atroz que nunca hubiera experimentado o el más lacerante dolor al sentirse traicionado. Quizás hubiera podido permanecer como perplejo espectador de aquella estampa el resto de la noche, pero en aquel momento Giselle fue consciente de su presencia y, leyendo en su rostro, comprendió que era la oportunidad para arreglar la situación con su querido amigo.

Roberto, Giselle y Marisa

La joven se levantó del lecho con estudiada parsimonia y, siempre atenta a la reacción de Roberto, exhibió ante sus ojos su menudo y hermoso cuerpo. Después, con pasmosa naturalidad, borró la distancia que los separaba mientras contorneaba sinuosa las caderas. Roberto intentó hablar, aunque no sabía muy bien qué iba a decir, pero ella selló dulcemente sus labios con el índice garantizando así el balsámico silencio que los tres necesitaban y que ayudaría a curar las heridas que arañaban sus corazones. Estaba segura de que no existían palabras en el mundo que pudieran ser más elocuentes y conciliadoras que aquel silencio. Y así, en silencio, es como lo desvistió y lo condujo a la cama junto a una Marisa que los observaba desperezándose sonriente.

El amanecer los pilló desprevenidos, exhaustos, y pareciera que todo ese cansancio hubiese limpiado por completo resquemores, infelicidad o dolor. La balanza de nuevo estaba equilibrada.

La vida

Giselle se convirtió en asidua invitada de la casa mientras estuvo en España. Roberto y ella continuaron siendo los mejores amigos del mundo durante ese tiempo, y si él rememoraba alguna vez en soledad la noche en que pudo amarla sin trabas, no lo mencionó nunca. Tampoco ella.

Los encuentros con Marisa, sin embargo, tenían un cariz bien diferente, aunque acordaron ser siempre discretas para no herir a Roberto. Cuando la joven dejó España Marisa prometió visitarla siempre que fuera posible y ella lo deseara.

Por su parte Marisa cumplió su parte del acuerdo hasta el final, e incluso usó sus contactos para ayudar a Roberto a encontrar su primer empleo una vez que acabó la carrera. El se había convertido en un abogado capaz que a no mucho tardar escalaría posiciones por méritos propios, no le cabía duda. Si hubo alguna otra mujer en su vida durante el periodo en que fue su “anfitriona”, ella no llegó a saberlo. Esa era una lección que habían aprendido bien.

Fin

Julia C. 

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martes, 23 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Deshojando confusiones (IV)



Parte IV – Deshojando confusiones

Giselle y Marisa

Si había un momento bueno para abandonar la fiesta, era aquel. Se sentía fatal por lo que había pasado con Roberto y tras otros dos Martinis que en nada aliviaron su sensación de culpabilidad, empezó a experimentar un desagradable mareo.

Fue en busca del baño para refrescarse un poco, pero antes de encontrarlo se tropezó con Marisa. Estaba plácidamente acomodada en el sofá de la sala, casi en penumbra, fumando un cigarrillo. Realmente ofrecía el cautivador aspecto de una diva de cine. La chica se disculpó por la intromisión, pero en lugar de marcharse fue a sentarse a su lado.

Marisa dio una última calada, descruzó las piernas y se la quedó mirando con una comprensiva sonrisa en los labios. Estaba claro que aquella chica había tomado más alcohol del que le convenía.

- ¿Te encuentras bien, querida? – le preguntó dulcemente.

- ¿No recuerdas mi nombre? Soy Giselle y no, no me encuentro nada bien – respondió la otra con sinceridad -. Los hombres nunca entienden nada, ¿verdad? No son como nosotras, nosotras sí sabemos leer en las miradas y no nos hacemos ideas equivocadas y estúpidas – mientras pronunciaba las palabras paseaba la vista por el cuerpo de su anfitriona sin ningún disimulo. También sin poderlo evitar.

Marisa parecía divertida, no comprendía el juego de aquella jovencita medio borracha y por eso mismo había conseguido captar su atención.

- Bueno, generalizar a tu edad es peligroso; espera a haber vivido un poco más para estar tan decepcionada – contestó conciliadora.

- Yo nunca le dije nada que pudiera inducirle a pensar que le quería; no de esa manera. Y esta noche lo ha estropeado todo con esa horrible escena, declarándose y tratando de besarme. Ahora ya no podré mirarle a los ojos ni contarle mis cosas nunca más, seguro que me odia – las palabras salían atropelladamente de su boca, como a borbotones -. Es un tío estupendo, si me gustara me gustaría muchísimo, pero es que no me gusta, y no entiendo por qué tengo que gustarle yo a él.

- ¿Me estás hablando de un compañero de clase, verdad? - a Marisa le quedaban muy lejos ese tipo de “tragedias juveniles”, pero procuró ser paciente con la joven

- ¡Te estoy hablando de Roberto! ¿No podrías explicárselo tú para que volvamos a ser amigos? Yo no he sabido hacerlo y se ha ido muy enfadado.

Al oír el nombre Marisa sintió un vuelco en el estómago seguido de una intensa sensación de calor que le subía garganta arriba. La combinación de los celos con el sentimiento de haber sido traicionada era un cóctel potente, pero procuró mantener la compostura y hacer como si aquella confidencia no le afectara en nada.

- Yo hablaré con él, no te preocupes – desde luego que pensaba hacerlo -.

La chica le cogió la mano inesperadamente en señal de gratitud, supuso ella, y aunque no estaba de humor para seguir atendiendo la guardería, le pareció de mal gusto retirársela. Al fin y al cabo qué culpa tenía ella de nada. Le dio unos conciliadores toquecitos sobre el dorso y se quedó rumiando su despecho en silencio. Para Giselle, sin embargo, aquel gesto tuvo otro significado bien distinto. Arropada por la seguridad que ofrecen el alcohol y la penumbra e incentivada por lo que ella interpretó como consentimiento, se dispuso a hacer aquello con lo que había estado fantaseando toda la noche: besarla.

Roberto

No podía creer que tuviera tan mala suerte. La única chica que de verdad le había interesado en todo ese tiempo era también la única que no se sentía atraída por él. Y lo peor es que había estropeado además la oportunidad de ser su amigo; ahora la relación sería tirante, estaría condicionada por esas inoportunas palabras teñidas de una ilusión y una esperanza que no le estaban permitidas al parecer. ¿Pero en qué demonios estaba pensando? Declararse a Giselle en casa de Marisa, qué locura. “Si llega a enterarse me hubiera hecho la vida imposible, me lo habría hecho pagar. He llegado muy lejos para tirarlo ahora todo por la borda”. Los pensamientos viajaban por su cabeza como en un tiovivo fuera de control.

Condujo más de una hora hacia ninguna parte, tratando de serenarse, y cuando los restos del alcohol en su sangre convirtieron sus párpados en dos pesados telones, comprendió que debía volver. No tenía ni idea de la hora, no imaginaba qué explicación ofrecería a Marisa para justificar su ausencia, no sabía cómo iba a recomponer los pedazos de su corazón, pero aún así debía volver.

Después de todo las cosas nunca habían sido fáciles para él, por qué iba a ser diferente en el amor.

Se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y puso rumbo a casa de nuevo.

Continuará…

Julia C. 


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: 23-jun-2015 18:26 UTC

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viernes, 19 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Sintiendo a destiempo (III)



Parte III – Sintiendo a destiempo

Roberto y Giselle

Su risa, eso era lo que más le gustaba de ella. Cuando la oía sus recuerdos lo llevaban directo al patio de su casa, allá en su tierra, donde una fuente cantarina adornaba con sonidos de hogar el silencio de la noche.

Giselle y Roberto se conocieron por pura casualidad en la cafetería de la Facultad. Antes de compartir mesa forzados por la falta de espacio a la hora punta, apenas habían reparado el uno en el otro. Al principio no cruzaron más que unas incómodas palabras de cortesía, pero poco a poco fueron dejando a un lado sus apuntes y sus ensaladas para adentrarse en una conversación fluida que a los dos les resultó muy gratificante. Aunque a primera vista no lo pareciera tenían muchas cosas en común, y desde ese momento se hicieron inseparables.

Roberto era para Giselle un excelente amigo siempre dispuesto a facilitarle la vida, a hacerla reír o a endulzarle los duros momentos de nostalgia. Sus ojos negros e intensos, sus fuertes brazos morenos y su sonrisa de niño travieso que esconde un secreto le suscitaban confianza y ternura. El, sin embargo, veía en ella mucho más que a una amiga, la deseaba dolorosamente sin atreverse a dar el paso por temor a estropear las cosas entre ellos. Se obligaba a acortar las caricias que le regalaba para hacerlas pasar por meros roces accidentales, jamás permitía que lo descubriera mirándola embobado y desde luego no le dijo nada acerca de sus sentimientos. Al menos no hasta aquella noche.

Giselle, Roberto y los demás

Marisa se sentía pletórica aquellos días. Se acercaba el final de curso y con las vacaciones llegarían días de diversión y relax junto a su querido Roberto. Tan feliz estaba que decidió dar una pequeña fiesta para él y sus amigos a modo de despedida. “Algo informal, te lo prometo. No os molestaré; solo quiero que os divirtáis”, le dijo al muchacho para vencer sus reticencias. Y realmente estaba dispuesta a cumplir su palabra.

Fueron llegando en pequeños grupos, ataviados con miradas brillantes, juventud y ganas de vivir. Mientras tomaban el primer cóctel de la noche en la preciosa terraza acondicionada para tal efecto, charlaban, reían y sobre todo se preguntaban quién era aquella mujer atractiva y encantadora que los recibía y se presentaba como una “amiga” de Roberto.

Giselle llegó de las últimas, y a punto estaba su enamorado de ir en su busca cuando atravesó el arco de hiedra del brazo de Marisa, que le hacía de guía hasta la terraza. Sus vestidos, blanco y negro respectivamente, contrastaban de forma deliciosa en sus cuerpos curvilíneos y armoniosos. Los altos tacones torneaban sensualmente sus piernas, la ausencia casi absoluta de joyas realzaba lo nacarado de sus pieles y un único halo de perfume envolvía sus pulsos. Cualquiera hubiera podido decir que eran hermanas. Un fuerte latigazo de deseo sacudió a Roberto ante la visión.

La noche transcurrió al compás ligero y embriagador de la música de orquesta que flotaba en el aire. La anfitriona se mantuvo en un perfecto segundo plano, como había prometido,  y solo hacía aparición para encargar más vino o asegurarse de que todo seguía estando perfecto. Saludaba discreta, sonreía y paseaba su innata elegancia entre ellos de vez en cuando, como si fuera parte de la brisa en aquella cálida noche de junio. Tan solo con Giselle cruzó algunas palabras en un par de ocasiones y fue porque la chica se le acercó. Marisa lo atribuyó a la curiosidad y a la cortesía a partes iguales.

Hacia el final de la velada el ambiente se hizo más íntimo y algunas parejas comenzaron a ocupar los rincones más discretos para hacerse confidencias. También las había que enlazaban sutilmente sus cuerpos en la pista de baile sin que en realidad prestaran atención a la música. El ambiente se cargaba de sensualidad por momentos y Roberto se vio arrastrado por la atrayente marea. Se olvidó por completo de que estaba en casa de Marisa y abordó a Giselle junto a la baranda cuajada de jazmines. De hecho ella parecía absorta en profundos pensamientos, quizás con un poco de suerte él fuera el protagonista de los mismos.

Pero la declaración fue un completo desastre. La chica parecía más sorprendida que halagada o feliz y solo acertó a responder entre balbuceos que ella no lo sabía, que nunca se lo había imaginado, que lo lamentaba. Trató de hacerle una caricia consoladora en la mejilla, pero él se apartó con brusquedad, le pidió disculpas y se marchó sin despedirse de nadie.

Lo que prometía ser una noche mágica para él y un evento divertido para ella terminó con el balance de un corazón herido y una amistad rota.

Continuará...

Julia C. 

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Fecha 19-jun-2015 9:10 UTC
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martes, 16 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Manteniendo el equilibrio (II)



Parte II – Manteniendo el equilibrio

Giselle

Giselle era aventurera, eso lo había heredado de su madre, una mujer formidable que disfrutó plenamente su existencia los cuarenta y dos años escasos que vivió. Aún así, o precisamente por eso, le enseñó a su hija que el tiempo es un bien precioso y escurridizo que hay que aprovechar y que el miedo es el peor lastre que un ser humano puede arrastrar; había que espantarlo en cada recodo del camino si era preciso y no dejar que condicionara nunca las decisiones.

La chica era muy bonita, y aunque su aspecto era frágil y delicado, poseía una gran vitalidad que animaba irresistiblemente su mirada de ojos ámbar. Estaba en España de intercambio universitario, cursando estudios en la misma facultad que Roberto. Ella no quería ser abogada, demasiado tiempo entre papeles y butacas de despacho, pero necesitaba créditos en esa disciplina para ser diplomática. Esa sí que era una profesión a su medida, siempre viajando y siempre conociendo personas nuevas.

Tenía claras las ideas y trabajaba duro para hacer realidad su sueño. Desde luego no había dejado su país y a su padre, su única familia ya, para enredarse en España con amores imposibles que le complicaran la vida. Lástima que el destino tuviera otros planes para su corazón.

Roberto

No podía decirse que Roberto no estuviera pagando el precio de su educación con creces, aunque no fuera en metálico. Ponía empeño, dedicación y todo el tiempo que “su anfitriona” le dejaba libre. Estudiaba de noche si era preciso, quitándose horas de sueño, y junto a lo académico trataba de aprender todo aquello que pensaba podría serle útil para desenvolverse adecuadamente en cualquier ambiente social, ya fuera un cóctel en un museo o una reunión informal con sus compañeros de la Universidad. Su vida era una escuela permanente.

Cultivó sus gustos respecto a moda y complementos de la mano de Marisa, aprendió a elegir un vino para la comida con cierta desenvoltura, adquirió modales a la altura de cualquier “dandy” y memorizó todos los resortes que debía tocar para hacer feliz a la mujer que pagaba sus cuentas. Absorbía conocimientos como una esponja y los asimilaba con pasmosa facilidad.

En el ambiente estudiantil las cosas no fueron muy complicadas tampoco y se integró en un espacio de tiempo mínimo. Su físico y su dulce acento le facilitaron el camino con las chicas, que se desvivían por aclararle dudas de clase o indicarle la dinámica de las actividades que se desarrollaban en la facultad; y su gran simpatía y facilidad para los deportes le granjearon franca camaradería con los chicos.

Todo habría ido muy bien de no ser porque Marisa se estaba volviendo cada vez más controladora y posesiva, reduciendo su pequeña parcela de vida privada y libertad poco a poco. El se daba cuenta y trataba de no animarla ni crearle falsas expectativas, halagado al principio y fastidiado después, pero cuando con la mayor delicadeza de que era capaz mencionaba “el contrato”, ella replicaba que no entendía cómo podía ser tan vulgar y daba el tema por zanjado. El callaba para no alterarla y seguía cumpliendo su parte.

Marisa

¿Acaso era un crimen tener ilusiones? Roberto estaba siendo para ella como un elixir de la juventud y fue inevitable que se volviera dependiente. Más allá de lo pactado trataba de mimarlo para merecer su atención y hasta su cariño, pero luego se atormentaba pensando que pudiera llegar a verla como a una segunda madre y cambiaba radicalmente de actitud, menospreciándolo y tratándolo como al “asalariado” que era. Al poco la complicada montaña rusa emocional en la que vivía volvía a ascender y afloraban de nuevo los sentimientos que en realidad su corazón albergaba; trataba de hacerse perdonar con regalos y sesiones maratonianas de sexo en las que ella solo pretendía complacerle. Quizás no lo pensara conscientemente, pero anhelaba que él no tuviera necesidad de buscar nada fuera del espacio bajo su control.

Poco a poco también fueron saliendo menos y algunos fines de semana se quedaban en casa haciendo cosas corrientes de pareja o bien salía ella sola. Marisa llegó a considerar a sus amigas y amigos gay como tiburones en torno a Roberto que acechaban tentadoramente para arrebatárselo, así que mejor no darles ocasión. Ya no era tan divertido exhibirle cogida a su brazo y dejar un reguero de murmuraciones a su espalda. Odiaba esos chispazos de deseo que, como una pieza en venta y totalmente asequible, despertaba Roberto en ojos ajenos.

Intentaba ser feliz, y casi lo era, pero tenía que esforzarse tanto por controlarlo todo, por mantener el equilibrio con Roberto y por impedir que nadie le arrebatara su preciosa suerte que apenas tenía descanso. De todos modos ella sabía que las cosas buenas de esta vida tienen un precio, así que lo asumió y se dispuso a seguir pagándolo.

Continuará...

Julia C. 

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domingo, 14 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Echando los dados (I)



Parte I - Echando los dados

Marisa

Las dudas arrugaban su frente, pero se daba cuenta de que no habría muchos más trenes que tomar en su vida y apostó por éste, quizás el último: se desasió de las cuerdas que la mantenían a salvo dentro de los límites de lo convencional y se lanzó, por vez primera, a la aventura de lo “inapropiado”.

El era mucho más joven que ella, pero eso no importaba. Al fin y al cabo no se trataba de una historia de amor, sino de una transacción económica. Si sabía comportarse y ella le enseñaba un par de cosas sobre cómo funcionaba su mundo, seguro que le haría un buen servicio. Puede que incluso pudiera llevarlo como acompañante a algunos sitios exclusivos que ella frecuentaba y en los que no estaba bien visto acudir sola. Era un buen arreglo para los dos, y aunque siempre habría quien pudiera tildarla de “extravagante” (y de algunas otras cosas que prefería no imaginar), ella optó por considerarse una mecenas de la cultura a pequeña escala.

Tendría que dar algunas explicaciones en sus círculos pero lo pensó bien durante un par de semanas y luego aceptó la propuesta excitada.

Roberto

No era una alternativa muy ortodoxa, quizás ni siquiera muy dentro de los cánones morales de lo que le habían enseñado durante su infancia y juventud, pero cuando se tienen pocas oportunidades en la vida no se puede ser muy exigente con esas cuestiones. El no tenía nada que perder, así que lo intentaría; si salía bien sería su salvoconducto para poder emigrar a España de manera legal y asegurarse manutención y una educación de grado superior. El precio a pagar era pequeño, o eso creyó.

Se puso manos a la obra e indagó en montones de páginas de contactos por internet. Buscaba candidatas adecuadas para su objetivo: mujeres sin pareja ni hijos, adineradas, con ganas de experiencias nuevas y cierto tufillo a soledad en sus acomodadas vidas. Era preciso que desearan lo que él podía ofrecerles aún sin saberlo, y Marisa resultó perfecta casi desde el primer momento.

El muchacho echó mano de su encanto personal, que no era poco, y al cabo de un par de meses de “trabajársela”, tuvo la suficiente confianza con ella como para hacerle la propuesta. Todo fue sobre ruedas: consiguió que le enviara su pasaje de avión y dinero para los gastos y que se comprometiera a recogerlo a su llegada en el aeropuerto.

Marisa y Roberto

“Es guapo, mucho más que en las fotos, y con un cuerpo impresionante aún debajo de esa ropa horrible”, pensó ella. “Aun es atractiva, aunque seguramente me mintió sobre su edad. Apuesto a que solo su bolso ya vale una fortuna”, pensó él. Y cada uno en su papel se dispuso a respetar los términos del acuerdo pactado: Roberto estaría a disposición de Marisa en todo lo que ella pudiera requerirle, sin límites; ella a cambio le pagaría sus estudios de derecho en la Universidad, le daría alojamiento y comida y le proporcionaría una pequeña cantidad de dinero para sus gastos. El trato finalizaría en el momento en el que él se licenciara. Todo estaba claro para ambos, aunque ninguno había contado con los sentimientos. Esos no entienden de contratos.

La convivencia fue fluída y apacible durante meses. Para la mujer el aliciente de vivir acompañada por un joven atractivo que jamás la contrariaba y que estaba disponible para ella la mayor parte del día, era el mismo paraíso. Se deshizo en atenciones y regalos con él, le proporcionó un nuevo vestuario acorde a su edad y a la moda, le lució por toda la ciudad con el morbo añadido que procura el escandalizar a todos, le abrió puertas y desde luego disfrutó en la cama de su cuerpo a placer. Era como una segunda juventud plagada de alicientes para ella.

Por su parte Roberto se prestó a todo con buena cara y mejor disposición, consciente de que ese era su “trabajo” y de que en ello le iba su única oportunidad de progresar en la vida. Una motivación así puede hacer que pases por alto el hecho de vivir como en un frasco de vidrio del que solo puedes salir cuando tu ama levanta la tapa. 

Continuará...

Julia C.  

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Fecha 14-jun-2015 17:16 UTC
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jueves, 11 de junio de 2015

Detener el tiempo



Lo más difícil estaba hecho, lo había conseguido: detuvo el tiempo en un instante feliz de sus existencias. Era cuando él aún la quería, cuando le dedicaba cálidos suspiros y palabras de amor, cuando ella amaba todo lo que conocía de él, cuando las manos de ambos aún eran para acariciar.

No tuvo tiempo de meditarlo apenas, todo fue muy inesperado, pero en un sublime chispazo de lucidez comprendió lo que debía hacer antes de irse y se empeñó con ganas. Ya se sabe que el instinto de ser felices y de sobreponernos a la pena más honda nos dota de poderes fantásticos. Era la única manera de impedir que la bestia maltratadora y enferma de celos que llegó a ser tomara cuerpo en su vida.

Tras el feroz empujón cargado de ira perdió el equilibrio y chocó contra la encimera de la cocina. El encontronazo hizo que retumbaran en su cabeza los recuerdos en un revoltijo de alegrías y llanto. Pululaban veloces, desordenados, buscando diluirse definitivamente en la inconsciencia. Pero ella luchó valiente hasta el final y consiguió fijarlos en el punto exacto: cuando él aún la quería, cuando aún le dedicaba cálidos suspiros y palabras de amor, cuando ella amaba todo lo que conocía de él, cuando las manos de ambos aún eran para acariciar.

Así todo fue para siempre como hubiera debido ser.

Julia C. 

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martes, 9 de junio de 2015

Un encuentro con el pasado



Tenía que suceder, cualquier día tú y yo nos íbamos a tropezar de nuevo por algún vericueto de la vida o de aquel inmenso centro comercial, lo mismo daba. Y ayer, después de casi nueve meses, llegó el día.

No tuve tiempo de esquivarte, tampoco estoy segura de que lo hubiera querido hacer, pero lo cierto es que no estaba preparada. Enarcaste las cejas en señal de saludo, seguramente también de sorpresa, y yo me detuve en seco al otro lado del pasillo, justo bajo el torrente de luz que la claraboya del techo derramaba generosa. No hice nada, no dije nada, ibas acompañado y contigo nunca se sabe.

Si dudaste no pude percibirlo. Le dijiste algo que no pude oír a tu amigo y éste desapareció sin más de mi campo de visión. Tú ya caminabas despacio hacia mí mientras yo me observaba los pies por no mantenerte la mirada, tratando de serenarme y pensando qué decir.

-         ¡Hola, corazón! – los dos besos de rigor y una vaharada de ese olor que durante mucho tiempo hubiera reconocido entre todos los cuerpos del universo.

No parecías enfadado, y eso que mi último sms decía que no quería volver a saber nada más de ti. No hubo ocasión de hablar ni de aclarar las cosas, cuando lo intentaste ni siquiera te cogí el teléfono. Supongo que estaba avergonzada de mi conducta y por nada del mundo quería que me miraras con dulzura desde tus enormes ojos verdes. No lo merecía.

Una conversación intrascendente, preguntas corteses sobre retazos de nuestra vida que en otro tiempo llegamos a conocer a la perfección y otra vez, poco a poco, las miradas enredadas sin remedio, como antaño. Después posaste la vista sobre mi pelo, por un momento llegué a pensar que ibas a acariciarlo, pero te limitaste a hacer una observación sobre su color, ahora diferente.

-         Solo se ve rojo bajo la luz, ¿ves? – y me aparté del sol para que siguiera siendo negro, como tú lo recordabas. Supongo que fue una concesión inconsciente a ese tiempo en que trataba de complacerte en todo.

Hubiera dado lo que no tengo porque algo o alguien nos hubiera interrumpido, pero no hubo suerte y no puede evitar delatarme:

-         Tú te has dejado barba. La tienes cana, pero te queda bien – también se me quedó una caricia pendiente en la yema de los dedos.

La distancia entre nosotros se había acortado inadvertidamente y sin saber cómo me encontré muy cerca de ti, mirando hacia arriba, igual que cuando esperaba el torrente de cálidos besos que me hacías pagar con risas. Siempre fue así, yo amaba tus besos y tú adorabas mi risa.

De repente me dio miedo, y en un destello de lucidez o quizás de crueldad, decidí romper el tentador hechizo. Te pregunté por ellas, tu mujer y tu hija, y tú retrocediste unos cuantos centímetros como si fuesen mil pasos. Con mi triunfo cargado de arrepentimiento desde el primer instante me cobré tu innecesario dolor.  

Lo he vuelto a hacer, perdóname… 

Julia C.

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Fecha 09-jun-2015 11:05 UTC
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sábado, 6 de junio de 2015

Los Sueños Locos: Microrrelatos




JULIA & JULIA

En aquella fiesta estrambótica de coloridas bebidas y decoración imposible (imposiblemente hortera) tú eras yo; pero yo no era tú, seguía siendo yo.

Del primer vistazo enseguida me gustaron tu vestido de flores malva y tus “sabrinas” a juego. Parece ser que compartíamos gustos, porque además estábamos bebiendo lo mismo; a saber qué era aquel brebaje luminiscente servido en copa alta.

Te sonreí con los labios y los ojos, complacida por encontrarte allí siendo yo, ¡menudo detalle! Y de nuevo, como en aquella lejana noche de hace cinco años, no encontré a nadie mejor con quien intentar ligar.

UN PEQUEÑO GRAN SUEÑO

Miraba embobado a través de los ventanales mientras saboreaba una taza de café preparada por él mismo: el día se presentaba realmente hermoso. Hacía tanto tiempo que no despertaba sin el detestable pitido del despertador perforándole la conciencia que casi había olvidado lo que se siente.

Consultó su agenda y estaba en blanco, ningún compromiso para ese día; tampoco mensajes en el teléfono o despachos urgentes que atender sobre la mesa; ni rastro de su secretaria ¡Qué extraño! No podía recordar qué día era exactamente pero estaba dispuesto a disfrutarlo. Quizás un paseo.

Incluso los Grandes Hombres tienen sueños pequeños…

UN SUEÑO VERIDICO

Había que salvar la vida de aquel muchacho que yacía sobre la mesa de la cocina. Ella no sabía quién era ni conocía a los que congregados alrededor la miraban implorantes: ¡haz algo!

Abrumada por la responsabilidad intentó explicarles que acababa de empezar sus estudios de medicina, que no estaba capacitada, que no sabía. Pero le dieron varios cuchillos y la obligaron a operar.

En la siguiente escena lloraba a solas la pérdida de su primer paciente cuando un individuo negro y fornido se acercó para consolarla. Un maravilloso beso de labios carnosos con sabor a chocolate blanco la despertó.

Por Julia C.

Cien palabras no suelen dar para mucho, pero ese era el reto. Microrrelatos escritos para la convocatoria del “Círculo de Escritores” titulada LOS SUEÑOS LOCOS



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Fecha 06-jun-2015 16:20 UTC
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Lluvia de premios



Hace un par de semanas o tres que llueve, pero no es agua lo que cae, ¡¡son premios de mis estupendos y generosos compañeros!!

En un par de ocasiones me he dispuesto a escribir este post de agradecimiento, pero siempre aparecía una nueva nominación a incluir y lo dejaba para un poco más adelante (también porque estaba muy liada, todo hay que decirlo). Pero ya no más retrasos, de este fin de semana no pasa que haga lo que debo y quiero hacer: dar efusiva y sinceramente las gracias.

Cada premio tiene su carácter, su sentido y su por qué, pero todos vienen a significar lo mismo: que un compañero/a blogger cree que haces un buen trabajo en tu blog y quiere hacer un reconocimiento “oficial”. Esa es la razón de que para mí tengan tanto valor estos premios. 

No estamos aquí para obtener dinero, ni para que nos descubra un “cazatalentos”, ni para quedar bien con nadie. Estamos aquí porque nos gusta y hasta necesitamos escribir y porque queremos compartir con los demás el fruto de nuestro proceso creativo, así que qué mejor logro que el reconocimiento de quien nos regala generosamente su tiempo leyéndonos y siguiéndonos.

Para no extenderme mucho ni escribir varias entradas parecidas, he decidido agrupar las nominaciones recibidas estos días. Es una forma como otra cualquiera de poder mencionar a los compañeros que tuvieron conmigo el detalle y de poder recomendar sus estupendos blogs. ¡Vamos a ello!


Premios FT, Black Wolf, Parabatais y Dardos



Otorgados por:

- Isidro Cristóbal del Olmo - isidro1
- Oscar Ryan - Mi pequeña biblioteca
- Raquel Ortiz - Estrategias para el éxito en el trabajo
- La Quimera. Blog - La Quimera
- Maríjose Luque Fernandez - Sonrisas de Camaleón
- Juan Guerrero - Sin blog (por el momento) :D
- Jorge Hernandez - En el rincón más oscuro


Premio BOR Litarcihis Blogger



Otorgado por:

- Virginia Vallina - Kynkya
- Nuevoviajea Itaca - Nuevo Viaje a Ítaca
- Flora Rodríguez - Entrealtibajos
- Rakel Relatos - Los relatos de Rakel 
- Raquel Ortiz - Estrategias para el éxito en el trabajo 
- Diana Pinedo Ortega - Grafema 11

A tod@s gracias de corazón por lo que considero una “palmadita en la espalda”.

Ahora tocaría hacer a mi vez nominaciones de nuevos blogs, pero me voy a tomar la licencia de retrasar ese paso. La razón es que recientemente cumplí este requisito y que prácticamente todos los amigos a los que sigo y leo tienen ya estos premios (es lo que tienen las cadenas, que se propagan rápidamente). Por esa razón esperaré un tiempo en el que aprovecharé para seguir descubriendo nuevos blogs y escritores. Espero que no me lo toméis a mal.

Aprovecho para desearos un estupendo fin de semana y para decir que estoy feliz de estar entre vosotros.

¡¡Un fuerte abrazo, nos leemos!!

Julia C.

jueves, 4 de junio de 2015

En Desacuerdo (V)



Vale, sí, lo reconozco, tu versión tiene mucha más fuerza que la mía (aunque antes muerta que admitirlo públicamente, claro). ¡Edgar, que quede entre nosotros, por favor!

Nunca ha sido mi estilo, pero reconozco que todo ese cristal de Bohemia hecho añicos e hiriendo a los protagonistas… no sé, creo que cierto cosquilleo a punto de ser placentero me ha recorrido la espalda. Después de todo lo mismo hasta me haces pasar al “lado oscuro” ji, ji.

Por lo que no paso es por admitir que me haya gustado la macabra cancioncilla infantil. Niñas del demonio, ¿cómo se atreven a romper la tensión literaria que tanto me había costado crear? Deja que canten, ya no tiene arreglo, pero conste que si me hubieras pedido parecer, habría dicho no al mini musical.

En fin, ¿por dónde íbamos en mi versión? Ah, sí, ya recuerdo… 

Para leer la primera parte pincha aquí
Para leer la segunda parte pincha aquí
Para leer la tercera parte pincha aquí
Para leer la cuarta parte pincha aquí


Parte V

Apenas terminaba de quejarse el viejo reloj de la biblioteca con su lastimera campanada cuando se reanudó el encuentro. La una del medio día recién estrenada y ya estaban todos en sus asientos, expectantes y seguros de poder mantener sus propios secretos a buen recaudo.

Los adamascados cortinajes de color verde hoja que cubrían los ventanales eran más que suficientes para contener los tímidos rayos de sol, y sin embargo todos tuvieron la sensación de que la temperatura había subido algunos grados en la habitación. Se sentían un poco extraños.

El señor Worsworth se situó ceremoniosamente frente al atril y retomó la palabra.

-         Bien, ha llegado el momento. Sin tener en cuenta posibles implicaciones con la ley, procederemos a esclarecer el nombre del heredero de la mansión familiar – se notaba claramente que el notario estaba disfrutando con la tensión de sus oyentes - . Empezando por el primogénito y siguiendo en estricto orden de edad, vendrán aquí a contarnos lo que deben.

Los asistentes se miraron entre incrédulos y divertidos por la ocurrencia del anciano, pero el caso es que sin poderlo evitar, como impelido por alguna fuerza invisible, John se levantó y se situó donde le correspondía, al frente del atril. Tal pareciera que le urgiera confesar.

-         Le haré la pregunta que debe contestar, sr. Locker, y no podrá evitar decir la verdad. ¿Tiene usted las manos limpias de sangre?

Una ligera transpiración cubría ya el cuerpo de John y su mente serpenteaba sinuosa entre recuerdos pasados. Era el efecto de la droga de la verdad que todos habían ingerido durante el frugal y traicionero almuerzo.

-         Madre no debió tratarme así, yo no era nada para ella a pesar de que debiera haberme preferido sobre los demás por ser el primero. Estaba harto de que me ridiculizara, de que me dijera siempre que mi voz era demasiado aguda para ser un buen orador, incluso de que se riera de mi esposa por haber aceptado casarse conmigo. No hice nada, pude pero no quise – Sus ojos en trance y llenos de lágrimas sin duda estaban visualizando la escena en cuestión –. Dejé que se ahogara. Si no servía para nada tampoco para darle su medicina, así que cerré la puerta y me marché.

Los sudorosos espectadores no parecieron en exceso sorprendidos, seguramente porque estaban ansiosos de su propio debut como criminales confesos y necesitaban concentración para repasar sus papeles. El siguiente en ser llamado al atril fue Thomas, quien contó, palabra por palabra, la misma historia que el mayordomo antes le refiriera a John. Y entonces fue el turno de Rose, la niñita de papá.

Se puso en pie aferrada a su bolso Versace como a un salvavidas y se dirigió obedientemente hacia el atril. Tenía la mirada vidriosa y la tez cadavéricamente pálida. Ya no hizo falta que el notario le formulara la pregunta, ella conocía de sobra la dinámica de aquel macabro juicio.

-         Yo no quería a aquel bebé – dijo mirando a ninguna parte en concreto -  y tuve que deshacerme de él. Estaba asustada, no podría haberlo hecho pasar por hijo de mi primer marido y tampoco podía contarle a nadie que yo siempre había jugado con papá a cosas de mayores, ¡era nuestro secreto! –sollozó ligeramente y luego, como viendo un rayo de esperanza en ese punto indeterminado, añadió -  pero no merezco castigo, luego lo arreglé para que me perdonara. Un bebé muerto por otro nacido. No dejé que ninguno de mis maridos me preñara, solo papá. Y me dio a mi dulce Robert.

El pobre señor Worsworth, curtido por mil historias familiares de la alta sociedad con mucho que esconder, jamás había visto ni oído nada parecido. Aquello era un nido de podredumbre moral sin igual. Pero era un profesional, así que se ajustó los anteojos, puso cara de póker y apostó toda su credibilidad a que solucionaría aquel entuerto legal sin escándalos y siguiendo, al pie de la letra, la última voluntad de su cliente.

Lo dispuso todo para transferir el título de propiedad de la mansión familiar al joven Robert, que quizás solo por su corta edad aún cumplía el requisito exigido para heredar: tener las manos limpias de sangre.

Julia C.

Continuará…

Para leer la sexta y última parte pincha aquí