martes, 16 de junio de 2015

Historias ficticias de gente corriente - Manteniendo el equilibrio (II)



Parte II – Manteniendo el equilibrio

Giselle

Giselle era aventurera, eso lo había heredado de su madre, una mujer formidable que disfrutó plenamente su existencia los cuarenta y dos años escasos que vivió. Aún así, o precisamente por eso, le enseñó a su hija que el tiempo es un bien precioso y escurridizo que hay que aprovechar y que el miedo es el peor lastre que un ser humano puede arrastrar; había que espantarlo en cada recodo del camino si era preciso y no dejar que condicionara nunca las decisiones.

La chica era muy bonita, y aunque su aspecto era frágil y delicado, poseía una gran vitalidad que animaba irresistiblemente su mirada de ojos ámbar. Estaba en España de intercambio universitario, cursando estudios en la misma facultad que Roberto. Ella no quería ser abogada, demasiado tiempo entre papeles y butacas de despacho, pero necesitaba créditos en esa disciplina para ser diplomática. Esa sí que era una profesión a su medida, siempre viajando y siempre conociendo personas nuevas.

Tenía claras las ideas y trabajaba duro para hacer realidad su sueño. Desde luego no había dejado su país y a su padre, su única familia ya, para enredarse en España con amores imposibles que le complicaran la vida. Lástima que el destino tuviera otros planes para su corazón.

Roberto

No podía decirse que Roberto no estuviera pagando el precio de su educación con creces, aunque no fuera en metálico. Ponía empeño, dedicación y todo el tiempo que “su anfitriona” le dejaba libre. Estudiaba de noche si era preciso, quitándose horas de sueño, y junto a lo académico trataba de aprender todo aquello que pensaba podría serle útil para desenvolverse adecuadamente en cualquier ambiente social, ya fuera un cóctel en un museo o una reunión informal con sus compañeros de la Universidad. Su vida era una escuela permanente.

Cultivó sus gustos respecto a moda y complementos de la mano de Marisa, aprendió a elegir un vino para la comida con cierta desenvoltura, adquirió modales a la altura de cualquier “dandy” y memorizó todos los resortes que debía tocar para hacer feliz a la mujer que pagaba sus cuentas. Absorbía conocimientos como una esponja y los asimilaba con pasmosa facilidad.

En el ambiente estudiantil las cosas no fueron muy complicadas tampoco y se integró en un espacio de tiempo mínimo. Su físico y su dulce acento le facilitaron el camino con las chicas, que se desvivían por aclararle dudas de clase o indicarle la dinámica de las actividades que se desarrollaban en la facultad; y su gran simpatía y facilidad para los deportes le granjearon franca camaradería con los chicos.

Todo habría ido muy bien de no ser porque Marisa se estaba volviendo cada vez más controladora y posesiva, reduciendo su pequeña parcela de vida privada y libertad poco a poco. El se daba cuenta y trataba de no animarla ni crearle falsas expectativas, halagado al principio y fastidiado después, pero cuando con la mayor delicadeza de que era capaz mencionaba “el contrato”, ella replicaba que no entendía cómo podía ser tan vulgar y daba el tema por zanjado. El callaba para no alterarla y seguía cumpliendo su parte.

Marisa

¿Acaso era un crimen tener ilusiones? Roberto estaba siendo para ella como un elixir de la juventud y fue inevitable que se volviera dependiente. Más allá de lo pactado trataba de mimarlo para merecer su atención y hasta su cariño, pero luego se atormentaba pensando que pudiera llegar a verla como a una segunda madre y cambiaba radicalmente de actitud, menospreciándolo y tratándolo como al “asalariado” que era. Al poco la complicada montaña rusa emocional en la que vivía volvía a ascender y afloraban de nuevo los sentimientos que en realidad su corazón albergaba; trataba de hacerse perdonar con regalos y sesiones maratonianas de sexo en las que ella solo pretendía complacerle. Quizás no lo pensara conscientemente, pero anhelaba que él no tuviera necesidad de buscar nada fuera del espacio bajo su control.

Poco a poco también fueron saliendo menos y algunos fines de semana se quedaban en casa haciendo cosas corrientes de pareja o bien salía ella sola. Marisa llegó a considerar a sus amigas y amigos gay como tiburones en torno a Roberto que acechaban tentadoramente para arrebatárselo, así que mejor no darles ocasión. Ya no era tan divertido exhibirle cogida a su brazo y dejar un reguero de murmuraciones a su espalda. Odiaba esos chispazos de deseo que, como una pieza en venta y totalmente asequible, despertaba Roberto en ojos ajenos.

Intentaba ser feliz, y casi lo era, pero tenía que esforzarse tanto por controlarlo todo, por mantener el equilibrio con Roberto y por impedir que nadie le arrebatara su preciosa suerte que apenas tenía descanso. De todos modos ella sabía que las cosas buenas de esta vida tienen un precio, así que lo asumió y se dispuso a seguir pagándolo.

Continuará...

Julia C. 

Código: 1506164344725
Fecha 16-jun-2015 19:40 UTC
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