martes, 8 de diciembre de 2015

Malena es nombre de mujer (III)



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Era un jueves cualquiera por la noche y el “Barrabás” estaba lleno, como casi siempre a aquellas horas. Malena ocupaba su lugar favorito al final de la barra, junto a la columna. Le gustaba sentarse en aquel taburete de madera, con sus largas piernas cruzadas, porque desde allí podía abarcar casi todo el local con la mirada.

Los que la conocían sabían que no debían acercarse sin previa invitación; la chica no se tomaba muy bien que la molestaran. Otra cosa es que se la comieran con los ojos en la distancia o que volaran a ras de sus curvas con la imaginación; después de todo para eso estaba allí. El dueño sabía de sobra que era un buen reclamo y habían llegado a un acuerdo: él le permitía pasar allí el tiempo que quisiera y le daba unos cuartos según hubiera ido la recaudación de caja si ella no era demasiado arisca con los clientes y de vez en cuando les daba conversación. Todo lo que pasara a partir de ahí, si es que pasaba algo, quedaba excluido del trato y era solo asunto de ella.

Desgranar la vida de Malena no es fácil, porque todo en su aspecto contradice lo que siente o incluso lo que era hace tan solo unos meses. No se permite el lujo de llorar, ya se ha quedado sin lágrimas, y no va a dejar que la suerte la tumbe una segunda vez. Ha aprendido la lección por las malas. Ya no querrá a nadie, procurará no necesitar a nadie y no le dará cuentas a nadie de lo que hace. Todo eso se acabó el mismo día en que dejó sus holgados vestidos de flores a un lado y se enfundó la minifalda de cuero y las medias negras. Tenía exactamente diez y ocho años.  

Antes de su “transformación” Malena era una chica tímida e introvertida, no demasiado mala estudiante, que procuraba portarse bien y no ocasionar muchos problemas en casa. Era consciente de que las cosas no iban bien entre sus padres y ella no quería añadir más leña al fuego, así que hacía todo lo que estaba en su mano por contribuir a la estabilidad del hogar. En aquel barrio todos tenían problemas económicos y salían adelante como podían, no era nada nuevo, pero ver a sus padres pelear por todo, eso sí que la llenaba de desazón. No entendía qué había cambiado entre ellos ni por qué ahora todo eran silencios tensos o gritos destemplados.


El caso es que una noche, para sorpresa de su hija, se dispusieron para salir juntos a cenar. Ella se había maquillado y se había calzado sus únicos zapatos de piel y él le abrió galantemente la puerta del coche. Malena estaba muy ilusionada con la reconciliación y les deseó que lo pasaran muy bien. Nunca habría adivinado que no volvería a verlos con vida.

Las causas del terrible accidente que los arrancó para siempre de su lado no estaban claras. Tuvo lugar en una carretera apartada que no estaba camino a ninguno de los restaurantes que ella conocía y no se supo de más vehículos implicados. El no comprender qué había pasado, sumado a su infinito dolor, la destrozó por completo.

Nadie de la familia quiso hacerse cargo de una niña de diez y seis años que no había heredado nada y que no suponía más que una boca extra que alimentar, así que decidieron mandarla a vivir con su abuela, que no estaba en condiciones de oponerse. Era una buena solución teniendo en cuenta que así resolvían el problema de Malena y de paso descargaban en ella la responsabilidad del cuidado de la deteriorada anciana.

En las pocas ocasiones en que Berta estaba lúcida, que así se llamaba la abuela de Malena, era cariñosa y paciente con ella, trataba de compensarla por todo lo que estaba sufriendo. El resto de las veces la chica se apañaba como podía con una vida y una responsabilidad que nunca debieron haber sido las suyas. Así fue cómo su carácter dulce y confiado fue cambiando, su enfado con el mundo haciéndose auténtica tormenta y su esperanza de una vida amable, evaporándose.

Apenas volvió a tener noticias de sus tíos hasta el momento en que, algunos meses después y casi recién cumplidos los diez y ocho, su abuela falleció. Entonces sí acudieron todos como lobos hambrientos para comunicarle que iban a vender la casa de Berta y que debía abandonarla. Al fin y al cabo ya era mayor de edad, ¿no? Era tiempo de que se buscara la vida ella sola.

Y en esas estaba cuando vio entrar por la puerta del “Barrabás” a aquel tropel de jóvenes risueños capitaneados por Tonio…

Julia C. 

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Código 1512085969893
Fecha 08-dic-2015 17:01 UTC
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