Dijo que
había perdido 26 años de su vida, que los días de ese tiempo se habían esfumado
en cambiar pañales, secar llantos, contar cuentos y trabajar para procurar
sustento. Se lamentaba decepcionada por las oportunidades que habían quedado en
el camino y que no pudo aprovechar, por las facetas de sí misma que no tuvo
ocasión de explorar, por los sueños que ni tan siquiera había tenido tiempo de
soñar.
Cuando
terminó de exponer su caso depositó sobre la mesa un cheque con algunos ceros,
pocos para mi talento, y se me quedó mirando implorante. ¡Como si las brujas
fuéramos sensibles al dolor humano!
-
Es
todo lo que tengo, dijo con voz quebrada al ver mi gesto de disgusto.
-
Te
creo, sé que es verdad, tuve que reconocer. ¿Qué quieres de mí, pues?
-
Quiero
que me digas quién soy, que encuentres los años que se me extraviaron, que
adivines si aún tengo futuro, que traces un camino que me lleve a encontrarme
con mi felicidad, si eso existe.
-
Pides
imposibles, mujer, pero sí puedo hacer algo por ti. Te permitiré “ver”.
-
¿Ver
qué?
-
Te
mostraré cómo hubiera sido tu vida si no tuvieras las cosas preciosas que se te
han concedido pero que tú no valoras.
-
No
hay nada de valor en mi vida, insistió terca y muy cerca de agotar mi
paciencia.
-
Calla
y mira la superficie de este cristal, le ordené mientras guardaba el cheque a
buen recaudo en mi escote.
Y le
mostré la ausencia de sus hijos, el vacío inmenso del cariño que anidaba en su
corazón; le quité el valor que tuvo en los momentos de adversidad y el coraje
de que hizo gala toda su vida cuando las cosas se ponían mal. Le arrebaté la
satisfacción del dinero ganado con honradez y de aquellos pequeños regalos que
hizo con él a cambio tan solo de sonrisas y abrazos infantiles. Borré el
respeto que sentían por ella cuantos la conocieron, un respeto ganado a pulso
por su capacidad de levantarse una y mil veces, de procurar a sus hijos contra
viento y marea la educación que ella no pudo tener, por su capacidad de
sacrificio al no aceptar ningún compañero que no supiera ser un verdadero padre
para sus hijos, aunque ello supusiera dolorosas renuncias. Y por último hice
añicos su imagen en jarras diciéndole a la vida con la frente bien alta: “si tienes pensado tocarme el culo, no empieces lo que no
puedes acabar”.
Todo eso
le quité para que viera.
Cuando la
ensoñación se desvaneció y el cristal volvió a ser solo mudo cristal, Soledad
recogió sus cosas y se marchó. Había comprendido el mensaje.
(Dedicado con todo cariño a Soledad)
P.D.: Este relato ha resultado ganador en el concurso "FRASELETREANDO" convocado por la Comunidad de Almas de Bibliotecas y Cines en su edición del 1 de Febrero de 2015. La frase en color rojo es la que obligatoriamente había que incluir en el relato para poder participar.
P.D.: Este relato ha resultado ganador en el concurso "FRASELETREANDO" convocado por la Comunidad de Almas de Bibliotecas y Cines en su edición del 1 de Febrero de 2015. La frase en color rojo es la que obligatoriamente había que incluir en el relato para poder participar.