jueves, 24 de marzo de 2016

Cien palabras y una historia (IV)



Microrrelatos de cien palabras máximo que deben comenzar forzosamente con la frase señalada en azul.

Ajustando cuentas



Cada vez que le hablaba del último sobre rechazado el corazón le hacía a Emma una desagradable pirueta dentro del pecho. Odiaba los tiempos en que tenían que poner a buen recaudo las cosas de valor, pero los prefería a estos otros en que, paradójicamente, no se dignaba a aceptar su dinero.
                      
Había dado malos pasos, eso era incuestionable, pero unos padres saben perdonar, sobre todo si una nueva vida, sangre de su sangre, está en camino. Al fin y al cabo el final de su trayecto estaba muy próximo e iba siendo hora de ajustar las cuentas, incluso las que nada tenían que ver con el dinero.


Palabras para una despedida



“Serán solo cien palabras”, pensó para sí. Nunca había hecho nada como aquello, pero no podía ser tan difícil escribir una nota para romper una relación de tres meses. La verdad es que la chica le gustaba, no quería hacerle daño, pero las cosas no iban bien y era mejor dejarlo.

Su sorpresa fue que ella se adelantó y pareció resultarle muy fácil. Le bastaron solo cuatro:

“Ya no más. Adiós”.


Una batería nueva para Lissy



Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”, pensaba anegada en lágrimas contaminadas…

Que su robot doméstico agotara su última batería era lo más duro que le había pasado desde que llegara “el final”. Había superado la culpabilidad de ser la única superviviente, y la soledad, y la escasez, y el miedo, pero estaba segura de que sin la compañía de Lissy no podría seguir adelante.

Al fin se secó la cara llena de churretes y decidió que al amanecer abandonaría su refugio en busca de lo necesario para prolongar su vida, aunque fuese a costa de la propia. Se lo debía y era el momento de pagar.

Julia C.

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Fecha 24-mar-2016 19:35 UTC
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sábado, 19 de marzo de 2016

¿Me enseñas tu escritorio?


Hace unos días nuestra compañera María Campra Peláez, en un post que podéis leer aquí, nos enseñaba con detalle el lugar donde escribe y trabaja para su blog. A mí me pareció muy interesante porque creo que el entorno que cada uno se construye a la hora de escribir y donde se supone que está a gusto, dice mucho de la persona.

Por eso se me ha ocurrido, a modo de juego, que podríamos ir mostrando todos nuestros escritorios o el sitio donde más a menudo “traemos al mundo” nuestros textos. Es una forma de conocernos un poquito mejor, ¿no?

Si os parece bien empezaré yo y luego nominaré a cuatro personas para que a su vez nominen a otras cuatro y continúe la ronda.

Yo trabajo en lo que en casa llamamos “el cuarto de estudio”. Después de varias transformaciones lo acondicionamos definitivamente hace unos años para poder poner dos ordenadores de sobremesa, el de mi marido y el mío. La habitación es pequeña y dado que tiene una ventana y un armario empotrado, nos costó bastante encontrar la distribución adecuada para lo que queríamos sin estar agobiados. Después de muchas vueltas, muchas mediciones y muchos viajes a IKea, por fin quedó a nuestro gusto.

Os enseño mi parte (la suya es simétrica a partir de la cajonera central, aunque decorada a su modo, claro). Era la forma de poder estar juntos el mucho tiempo que pasamos en el ordenador pero con cierta intimidad.



Confieso que soy una maniática del orden y que para mí es muy importante que todo tenga un sitio. No he ordenado para la foto, eso está siempre así.

Con la geografía soy un completo desastre, pero me esfuerzo. Por eso elegí para mi escritorio un mapa del mundo. Puede que a base de consultar… Y el teclado, de reciente adquisición, se puede lavar con agua. No es que suela comer o beber mientras escribo, me desconcentra, pero me pareció práctico y como me gusta tanto probar cosas nuevas, no me lo pensé. Aún no me ha hecho falta meterlo debajo del grifo, que conste.


 Como supongo que os pasa a todos vosotros, me encanta rodearme de cosas que me den buen rollo y de colores que me alegren la vista. En ese sentido mi lapicero, comprado en un viaje a Londres, la pajita de la pitufa y los imanes del corcho magnético, son de mis favoritos. Cada vez que vamos a la tienda donde los venden me quedo “enganchada” en el expositor y, como doy mucha pena, me compran uno, ji, ji. Tengo muchos más que no están ahí.



Y puestos a ser prácticos además de estéticos, la ovejita gris (en el corcho) es un temporizador. Todos sabemos que cuando uno está sentado al teclado los minutos pasan mucho más deprisa y las horas son un suspiro. La ovejita me avisa de que debo volver al mundo real a tiempo de evitar que se me pegue la comida, de acudir puntual a una cita o de atender mis obligaciones. Es inflexible, hasta la presente no he conseguido sobornarla nunca.
 

 


Al otro lado de la pantalla está el flexo (casi siempre encendido porque tengo un defectillo de familia en la vista y necesito mucha más luz que los demás para ver bien), el soporte para mis gafas y el móvil si no me lo he dejado olvidado por cualquier rincón de la casa, cosa que sucede con frecuencia.

 
En los cajoncitos guardo el libro de claves para los montones de páginas donde estoy registrada, bolis de muchos colores para escribir según el ánimo del día, pen drives para “traficar” información con mi marido (nos pasamos cosas continuamente), papel de notas para el corcho (sí, soy de notas, muchas notas), etc.

Un organizador para papeles y un bloc para apuntes rápidos o tareas pendientes, a la derecha, completan el conjunto.

Creo que no me dejo nada, ya os he contado todos mis “secretos de escritorio”.

Y ahora me gustaría invitar a hacer lo mismo, si les apetece, a:

*Mila Gómez

*Francisco Moroz

*Chelo

*Chari BR7

Con este post, que espero os haya gustado, me despido de vosotros por un tiempo. Ayer me enteré de que voy a tener visita en casa durante la Semana Santa y unos días después de que acabe, así que no voy a tener mucho tiempo. Vendré a leeros si puedo y si no, en unos días nos reencontramos.

¡¡Que lo paséis muy bien y seáis felices!!

Julia C. 


lunes, 14 de marzo de 2016

Malena es nombre de mujer (XIV)



La vida de Tonio no había sido fácil de un tiempo a esta parte, pero ahora más que nunca se le mostraba como una sucesión de pruebas a superar, cada cual más difícil que la anterior. Suerte que su fortaleza y el convencimiento de que deseaba volver junto a Malena le daban fuerzas y un propósito.

Después del efecto que causó en la joven la perspectiva de tener que enfrentarse a él y a Jonás, el médico les prohibió a ambos visitarla hasta que no se encontrara más recuperada del parto o hasta que no diera su consentimiento expreso. Nada grave le sucedía, solo se trataba de que estaba agotada y de que no necesitaba más emociones fuertes por el momento. A Jonás se le pasó por la cabeza alguna triquiñuela para soslayar el veto y poder ver al bebé, pero Tonio insistió en que debían respetar los deseos de Malena. No iban a recuperar su confianza pasando por encima de ellos, ¿o es que no había aprendido nada? Se fueron a casa y decidieron volver al día siguiente.

Lo primero que hizo Tonio una vez en la calle fue tratar de contactar con Gloria. Tenía que hablar con ella y aclarar las cosas de una vez por todas. Porque la apreciaba a pesar de lo que hizo y porque en parte comprendía sus motivos, no había tomado medidas hasta ahora; pero después de lo que pasó en el almacén estaba claro que había llegado el momento. Lamentaba no poder corresponder sus sentimientos, pero así debía ser si quería enderezar su vida. Ella tenía que aceptarlo y, con el tiempo, seguro que encontraría a alguien especial que ocupara su corazón. Merecía ser feliz, pero no con él.

El caso es que no pudo localizarla y tampoco Marcos sabía de su paradero. A Tonio no le quedó más remedio que contarle a su amigo lo que había pasado y ambos supusieron, con buen criterio, que estaría enfadada y que necesitaría algún tiempo para pensar. Decidieron concedérselo y dejarle un poco de espacio, pero a la mañana siguiente tampoco se presentó al trabajo. Cuando comprobaron que no había pasado la noche en casa empezaron a preocuparse y resolvieron buscarla.

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De nuevo aquellas paredes blancas y ese penetrante olor a desinfectante, aunque en esta ocasión no había motivo de esperanza, ni alegre espera, ni impaciencia por tener noticias; ya sabían todo lo que había que saber y era demoledor. Al parecer Gloria había fallecido horas después de ingresar en el hospital a causa de las terribles lesiones originadas en el atropello. No estaba en condiciones de hablar y no llevaba encima documentación alguna, así que no habían podido localizar a la familia.

Cuando Marcos salió de la sala donde había tenido que identificar el cadáver de su hermana, no parecía más que una sombra del hombre que había sido hasta entonces. Tenía arrugas recién nacidas surcando profundas su piel y los ojos, hinchados por el llanto, ya no eran los suyos; la espalda encorvada y los puños crispados terminaban de componer la estampa de derrota que contempló Tonio impresionado. Se puso en pie de inmediato y se acercó a consolar a su amigo, pero éste levantó la cabeza para enfrentarse a él con auténtico odio y le lanzó un fuerte puñetazo a la mandíbula. Como quien escupe las palabras en lugar de pronunciarlas le dijo “esto ha sido culpa tuya”. Después le dio la espalda y se marchó arrastrando los pies y su pena.

Tonio acusó mucho más el dolor de aquella sentencia que el del golpe en sí y se dejó caer en la silla de nuevo, aturdido y con lágrimas en los ojos. Si hasta ahora se había conservado más o menos entero había sido para poder apoyar a Marcos, pero ahora que estaba solo y que le habían escupido la verdad a la cara, ya no tenía motivos. Sentimientos de impotencia, culpa y arrepentimiento se apropiaron de su mente como un cáncer maligno y se vio a sí mismo convertido en el hombre más despreciable del mundo. Era verdad, la muerte de Gloria estaba sobre su conciencia y tendría que vivir con ello el resto de su vida. Quizás por eso, para castigarse y ver cuánto más podía soportar, se obligó a entrar en aquella sala de muerte y a despedirse de ella. También le pidió perdón, aunque a esas alturas no sirviera de nada. 

Estaba desesperado, no encontraba consuelo y solo podía pensar en una cosa: reposar la cabeza en el regazo de Malena. Tal vez así evitaría volverse loco.

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Llamó suavemente a la puerta usando los nudillos y esperó una respuesta que no se produjo. Entonces decidió aventurarse y la empujó tímidamente para asomar la cabeza. Malena estaba amamantando a Elisa sentada en una butaca, bajo la ventana, y ni siquiera se había percatado de la llamada. Lo cierto es que cuando tenía a su bebé en los brazos el mundo entero se borraba para ella. Era una estampa tan balsámica que parecía irreal después de los duros acontecimientos recién vividos por Tonio; imposible que ambas cosas pudieran suceder al mismo tiempo en su vida.

Aún pasaron unos instantes antes de que Malena levantara la cabeza y le viera. El no hizo nada, no dijo nada, tan solo admiró la belleza perenne de aquella mujer que sentía como una parte de sí mismo. Al momento reconoció en su pecho la marea de admiración y amor que solo ella, y a partir de ese momento también su hija, sabían despertarle.

La mujer, por su parte, se sobresaltó y tuvo el impulso de pedirle airada que se marchara de inmediato, pero al observar la expresión de su rostro y su mejilla hinchada, no fue capaz. Continuó con la dulce tarea de alimentar a su hija y le permitió a él vivir también ese momento.

Julia C.

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viernes, 11 de marzo de 2016

Malena es nombre de mujer (XIII)



Cuando Tonio llegó al hospital tenía el corazón en la boca y un terrible nudo en el estómago. Sus latidos desbocados eran de emoción, de preocupación porque todo saliera bien, de orgullo ante la inminencia de ser padre al fin; el nudo en su estómago se debía a la escena que un rato antes había protagonizado con Gloria.

Apenas si había tenido tiempo de pensar, los acontecimientos se habían precipitado en el reloj vertiginosamente y estaba desbordado, pero una cosa sí tenía clara: de no haber sido por la interrupción de Marcos probablemente habría vuelto a cometer el mismo error que tan caro le había costado en el pasado. ¿Cómo era posible que esa mujer no se diera por vencida? ¿Cómo era posible que él no supiera ignorarla si su único interés estaba depositado en Malena? No sabía la respuesta a esas preguntas por más que la buscaba, pero sabía que zanjaría el asunto con prontitud. Ahora tenía que concentrarse en otros menesteres y lo haría.

No albergaba muchas esperanzas de poder ver a Malena y a su hijo inmediatamente tras el parto, que ya duraba bastante, pero igualmente esperaría noticias allí sentado el tiempo que hiciese falta. Aquella sala de blancas paredes con recalcitrante olor a desinfectante sería su único paisaje hasta entonces. Marcos ya se había marchado y estaba solo en aquel trance, o eso creía, porque incluso de espaldas y en la lejanía del largo pasillo, reconoció la figura de Jonás recortada al contraluz.

Por un instante temió por la salud de su madre, ¿qué otro motivo podía haber para que él estuviera allí, esperando como cualquier otro acompañante? Pero luego recordó que en aquella planta solo se atendían partos y un ramalazo de curiosidad le hizo arrugar la frente y curvar los labios en una sonrisa. No era posible que su padre fuera a tener otro hijo a esas alturas, ¿o tal vez sí, con alguna otra mujer que no fuera su esposa? No había duda de que estaba en shock, esos no eran pensamientos lógicos para alguien que se reencuentra con su progenitor después de años.

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Sentía el cuerpo partido en dos por el dolor y el esfuerzo, pero aún así no pudo evitar llorar de alegría la primera vez que oyó su enérgico llanto. No la había visto aún y ya sabía que sería lo más importante de su vida: Malena había traído al mundo a una preciosa niña a la que llamaría Elisa.

Las enfermeras se la pusieron entre los brazos en cuanto fue posible y, aunque se sentía muy cansada, la pequeña y cálida masa de carne palpitante que acunaba entre sus brazos le devolvió las fuerzas. Tanto era su deseo de disfrutarla y tan absorta miraba sus diminutos y tiernos rasgos, que no oyó las palabras del doctor. La informaba de que todo había ido muy bien aunque debían vigilar al bebé porque era algo prematuro. Solo volvió en sí misma cuando mencionó que el padre y el abuelo estaban fuera esperando para conocer a Elisa.

Mil sentimientos como hormigas rabiosas empezaron a correrle veloces por el pecho. Deseos de llorar por la familia que podría haber sido y no era, rabia ciega por las traiciones y los desprecios aún vivos en su mente, desconcierto, tentaciones de delegar, de confiar de nuevo y descansar al fin, orgullo por la hija que podía mostrar a ambos hombres, miedo ante la posibilidad de que quisieran arrebatársela. Trató de controlar infructuosamente su agitada respiración y cerró fuerte los ojos para no ver más aquellos fogonazos de luz que le herían la vista. Después nada, oscuridad. Malena se desmayó.

En una pirueta de ésas que a veces hace la vida, las urgencias de ese mismo hospital no tardarían en tener que atender a la víctima de un gravísimo accidente de coche. Al parecer la joven rubia caminaba por mitad de la calzada, ensimismada y con los ojos inundados en lágrimas. Ella no lo vio venir y el inexperto conductor tampoco pudo esquivarla.

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A Jonás le había costado mucho tomar aquella decisión, pero si quería volver a formar parte de la vida de su hijo, en algún momento tenía que dar la cara. Porque le pareció buena ocasión y porque realmente estaba deseando ver a su nieto, se dirigió al hospital en cuanto sus informadores le pusieron al tanto de que Malena estaba de parto. Aquella joven a la que despreció en el pasado y que le pareció tan poco para su hijo, una mera oportunista, se había ido ganando poco a poco su respeto. Como hombre de negocios que era, gran parte de su éxito se debía a que se le daba bien calar a las personas y elegir con acierto a sus socios y empleados. Ahora comprendía que con Malena se había equivocado mucho.

El escenario para el reencuentro con Tonio no fue el mejor, pero a quién le importaba el lugar cuando eran tantos los sentimientos en juego. Superada la sorpresa inicial no hubo abrazos ni lágrimas emocionadas, pero sí algunas explicaciones en torno a la espera compartida y a una máquina de café barato expedido en vasos de papel. Tonio escuchaba a su padre y buscaba rencor en su interior, pero lo cierto es que no lo encontraba. Había madurado mucho en esos años. Le apenó profundamente saber que su madre había fallecido y se arrepintió de no haber intentado contactar nunca con ellos; comprendió que también él se había equivocado y aceptó su parte de culpa. Respecto a Malena, le agradeció que hubiera intentado cuidar de ella en su ausencia y, aunque no le gustaron sus métodos, comprendió que todo lo había hecho con buena voluntad.

Algunas cosas llevan su tiempo, pero estaba contento de poder compartir aquel momento único con su padre y supo que recuperar el tiempo perdido no era imposible.

Julia C.

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miércoles, 9 de marzo de 2016

Locura transitoria



Apenas mediaron palabras, solo hubo miradas cargadas de intención y la sensación de vértigo que produce el deseo por largo tiempo contenido...

El, experto en leyes y en las lides de la seducción, comprendió casi desde el principio de su entrevista que Amelia era una “víctima” entregada de antemano. No obstante quiso jugar a las tentaciones y se sentó innecesariamente cerca de ella en aquel elegante sofá de piel. Fingiendo que la escuchaba, inventándole una mirada a medida, dejó que la tibieza imantada de los cuerpos ejerciera su poderoso influjo. Así es como los labios de la mujer, sobriamente maquillados, trastabillaron con las palabras y dejaron escapar el suspiro que la delató. 

Amelia, apenas sin advertirlo, entró en placentera amnesia y olvidó que había ido allí por asuntos de trabajo; incluso olvidó cómo se llamaba en la anodina existencia que había llevado hasta el mismo instante de cruzar la puerta de aquel despacho. Bastó que Sergio tomara posesión del borde de su bien cortada falda, posando casual la mano a medio camino entre la tela y la piel, para comprender que era su última oportunidad de evitar lo que estaba a punto de suceder. Ni lo intentó siquiera, sería una rendición pacífica al aliado de su burbujeante deseo. Se limitó a dejar en suspenso su discurso y a mirarle como quien se zambulle en lo cristalino de las aguas en un intenso día de calor. Necesidad y disfrute a partes iguales.

La mujer sin nombre, como decidió considerarse a sí misma en aquellos instantes, descruzó las piernas y ladeó retadora la cabeza. Acarició la mano que descansaba en su rodilla y que encerraba, elegante y varonil, la promesa de nuevos suspiros. No quería pensar, no quería saber; por una vez solo quería sentir. Y en aquel insospechado escenario se entregó sin reservas a lo acogedor de un cuerpo desconocido, servicial por demás a la hora de regalar placer. Nada como la libertad que concede no ser quien eres, aunque solo sea por un rato.

Puedes alegar “locura transitoria”, le aconsejó él cuando todo hubo terminado. Como buen profesional de la culpabilidad había adivinado los pensamientos que se escondían tras su ceño fruncido. Aquella historia de aventuras nunca podría contársela a sus hijos; habían sido aventuras prohibidas de la piel.

Julia C. 

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domingo, 6 de marzo de 2016

Malena es nombre de mujer (XII)



Había pasado mala tarde el día anterior y una noche realmente infernal, pero el tiempo no se había cumplido y Malena no creyó que se debiera a la inminencia del parto. De todas formas pensaba consultar con su médico en cuanto se encontrara mejor. Quería asegurarse de que el embarazo marchara bien.

No hubo ocasión: antes del medio día y mientras trataba de descansar echada en su cama, rompió aguas y comenzó a sentir las primeras contracciones. ¿Cómo era posible? Su hijo no debía llegar hasta dentro de al menos cinco semanas, no estaba preparada, no tenía sus cosas listas, ¡estaba sola! El torbellino de ideas que fruncía su ceño apenas si conseguía filtrarse a jirones entre la densa bruma de pánico que ocupaba su cerebro en esos primeros momentos. Después se serenó, respiró hondo y comprendió que tener miedo era un lujo que no podía permitirse. Tenía que buscar ayuda y rápido.

Ella no tenía teléfono en casa y estaba segura de que en su estado no podría salir a la calle y llegar hasta una cabina. Avisar a Marcos se le antojaba una misión imposible. “Piensa, Malena, ¡rápido!” se urgió a sí misma. Y entonces tuvo una idea: rebuscó en su monedero y se acercó a la ventana esperanzada; agitó el billete en su mano haciéndoles señas a unos críos que jugaban en la calle. Ellos harían el recado.   

A pesar de habérselo prometido a la futura madre faltó a su palabra: apenas supo la noticia Marcos avisó a Tonio y le indicó a qué hospital iba a llevarla

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Gloria era una mujer inteligente y la vida le había enseñado, además, a ser eminentemente práctica. Sabía que la oportunidad para rehacer su vida según sus propios deseos expiraría en el mismo instante en que Tonio tuviera entre sus brazos a su hijo.

Era digno de ver cómo hablaba del bebé, con auténtico arrobo, y cómo hacía toda clase de planes para él sin haber nacido siquiera. Su conducta la enternecería de no considerarla un problema: ella tenía claro que cuando el crío estuviera en el mundo nadie podría separarle de él ni, por añadidura, de su rival. Suerte que Malena seguía empecinada en hacer su vida lejos de todos ellos.

A pesar de las duras palabras que Tonio le dedicara en el pasado, no encontró el momento ni quizás las fuerzas para hacerlas valer. Tenían mucho trabajo poniendo orden después del “parón”, atendiendo los negocios y tratando de recuperar a algunos socios dubitativos de volver a hacer tratos con ellos. No era el momento para renunciar a la inestimable ayuda de la rubia. La “sentencia de alejamiento” quedó tácitamente suspendida por el bien de “la empresa”.

Por todas estas razones los pasos de Gloria, que caminaba por la cuerda floja de un enamoramiento tan lleno de inconvenientes, eran esforzados. Pasaba sus días tratando de mostrar ante Tonio, a partes iguales, a la socia competente y seria que despertara su admiración profesional y a la mujer deseable que provocara en él una reacción más pasional. Por de pronto se felicitaba de tratar con él casi a diario y de no haber quedado excluida de su existencia, pero el tiempo se agotaba y debía dar un paso al frente. Era imposible que Tonio no echara de menos el calor de una cama compartida; esa era su mejor baza. 



Aquella mañana andaban haciendo inventario en el almacén de bebidas alcohólicas del que proveían a algunos de sus socios y de donde surtían sus propios garitos. No era el escenario más romántico del mundo, pero estaba a resguardo de la vista de curiosos y era lo bastante estrecho como para poder hacer pasar por casuales e inevitables algunos roces.

Gloria se quitó la rebeca argumentando que no quería ensuciarse de polvo y dejó a la vista una blusa ligeramente transparente color beige que insinuaba el encaje de su ropa interior. Después se recogió el cabello en un ensayado moño que mostraba su seductora nuca y el nacimiento de sus hombros. Cuando estuvo lista pasó delante de él por la puerta y ascendió los empinados escalones desafiando la capacidad de su estrecha falda para permitirle el movimiento de piernas necesario. Confiaba en que Tonio no encontrara nada más que mirar que el vaivén sinuoso que ella le ofrecía. Así era. Una vez arriba, completamente satisfecha al comprobar su azoramiento, tomó su carpeta y comenzaron con el trabajo.

Era la primera vez que estaban realmente a solas y a Gloria no le quedaba más remedio que jugarse el todo por el todo; quizás no hubiera otra oportunidad. Siguiendo su plan y después de pasar innecesariamente cerca de su socio en varias ocasiones,  simuló tropezar con una de las cajas de madera y hacerse daño en el tobillo. Tonio, que sobre todas las cosas era un caballero, enseguida se aproximó a ella y se interesó por su bienestar. La rubia olía condenadamente bien y seguía teniendo unas piernas esculturales. A la palpación no parecía que hubiera ningún hueso roto, una torcedura todo lo más, pero ella seguía quejándose y mordiéndose el labio inferior. No se había fijado hasta ese momento, pero su boca era del color de una fresa madura. El estaba turbado; ella francamente entregada en su papel de seductora involuntaria. Le rodeó inesperadamente el cuello con los bazos y le pidió que la ayudara a ponerse en pie. Era el momento, estaba decidida a besarle y segura de no ser rechazada, pero la voz profunda de Marcos sonó en el callejón haciendo añicos el encantamiento y dando al traste con todos sus esfuerzos.

Tenían que bajar enseguida, Malena estaba de parto.

Julia C. 

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jueves, 3 de marzo de 2016

"Acosadora"



Este relato, como las monedas, tiene dos caras, dos perspectivas: la de la "acosadora" y la del "acosado". Yo escribiré la primera y mi querido compañero Francisco Moroz, la segunda.

Por mi parte y aunque el relato es ficción, la mayoría de las ideas están sacadas de experiencias personales reales. Ya hace un tiempo que me sucedieron este tipo de cosas y no tuvieron consecuencias ni para mí ni para mi entorno, pero doy fe de que hacen sentir muy mal porque sabes a ciencia cierta que alguien pretende complicarte la vida y ni siquiera sabes quién.

Todo acabó bien, pero pudo haber sido de otra manera…





A mí me gustaba mucho ese chat, lo visitaba con frecuencia y me hacía pasar buenos ratos. Siempre que me conectaba había alguien, fuera la hora que fuera, y eso para una insomne solitaria como yo era una ventaja. Sí, me gustaba mucho hasta que él lo estropeó todo…



Nos conocimos un sábado de madrugada y, después de charlar un rato en la sala general, le pedí que nos pasáramos a un privado. El aceptó. Desde el primer momento tuve la impresión de que encajábamos, de que congeniábamos a la perfección; las horas se nos pasaron volando. Parecía un hombre sincero, honesto, y compartimos muchas confidencias de nuestro día a día. Dijo estar felizmente casado, pero era una mentira que se daba por sabida. ¿Cómo iba a tener una vida de pareja plena si estaba allí conmigo a esas horas? No sabía quién podía ser ella ni me importó que tratara de justificarla diciendo que viajaba mucho por trabajo; sin duda ella no le merecía.



Coincidimos durante algunos días más y confieso que charlar con él se convirtió en mi único aliciente; ansiaba que llegara el momento de conectarme para encontrármelo y poder leer las frases que tecleaba solo para mí. Siempre era amable, educado, jovial, y supe que era yo quien le hacía feliz aunque no me lo dijera. Seguramente se estaba enamorando de mí como yo de él.



Conseguí averiguar su dirección de correo electrónico valiéndome de alguna artimaña y comencé a enviarle correos durante el día. ¡La espera se me hacía interminable entre una sesión de chat y otra, tenía que hacer algo! Se mostró sorprendido y algo incómodo, pero fue encantador y se disculpó por no contestarme nunca: estaba muy ocupado con su trabajo. No me importó, yo sé que le gustaban mis correos y seguí enviándoselos. En ellos desnudaba mi alma, me volcaba entera y le deba lo mejor de mí. El se lo merecía y yo quería que me conociera bien antes de dar el paso hacia algo más personal.



Todo iba de maravilla hasta aquella noche en que estaba “en línea” pero no atendió mi privado. Dijo que lo sentía pero que estaba ocupado con otra conversación. ¿Otra conversación? ¡Pero quién se había creído que era para tratarme así! Confieso que estaba muy enfadada y que le escribí algunos mails bastante fuertes. No reaccionó y pensé que había recapacitado y que aceptaba su culpa, pero a los pocos días me banearon y no pude volver a entrar en el chat. ¡Maldito malnacido, tuvo que ser cosa suya! Seguro que andaba liado con cualquier zorra de las que rondan por el chat y yo le estorbaba. Se iba a enterar de quién era yo.



Me volví a registrar pero con un perfil masculino esta vez y le espié durante semanas; creía que se había librado de mí, no sospechaba nada. Conseguí averiguar muchas cosas charlando con otras chicas que le conocían, y hasta conseguí enterarme del nombre que usaba en Facebook. Es increíble lo estúpida y confiada que puede llegar a ser la gente y la cantidad de datos que ofrecen gratuitamente.



Después elaboré otro perfil para el chat con la misma foto que él usaba en el suyo y añadí algunos datos “llamativos” (aún me estoy riendo de lo ingeniosa que fui). Su nuevo “yo” se autodenominaba “amante de los animales” en el peor sentido y promiscuo hasta la enfermedad. Puse una relación de todas las enfermedades que padecía como consecuencia y añadí algunas faltas de ortografía, algunos tacos y algunas borderías para terminar de decorarlo. Como era de esperar bloquearon ese perfil y el suyo propio tras algunas quejas. Así aprendería la lección. Después de aquello no volvió a conectarse más y tuve que ir a buscarle a facebook. En realidad si me pedía perdón estaba dispuesta a olvidarlo todo…



La mayoría de la información estaba protegida de la vista del público en general, pero me apañé bien con los datos que ofrecía en abierto. Al poco había conseguido entrar en un grupo de “amantes del senderismo” del que él era miembro. Desde ahí y de nuevo con un perfil falso conseguí que aceptara mi solicitud de amistad. ¡Ahora ya puedo ver todo lo que cuelga en la red!



Estoy preparando algunos mensajes “jugosos” para sus contactos y he cogido algunas fotos suyas para abrir algunos perfiles en páginas “divertidas” para adultos. Lo cierto es que ahora que no me hace caso ni piensa en mí, yo me lo sigo pasando muy bien con él. Puede pararlo cuando quiera, solo tiene que volver, pedirme perdón y reconocer que se ha equivocado, que me quiere. 

Si no lo hace convertiré su vida en un infierno a golpe de click...


Julia C. 

Para ver la otra cara de la moneda, a cargo de Francisco Moroz, pincha aquí

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