viernes, 30 de septiembre de 2016

Afán de superación



Este relato ha sido escrito para la Comunidad “Relatos Compulsivos”, obteniendo el primer puesto en la clasificación para el reto de esa quincena. Al final del texto figura el escaparate obtenido como premio.



Se negaba a ser una simple retahíla de letras, un apunte; ni siquiera se conformaba con ser un párrafo completo. El quería ser una historia, con su fino argumento lleno de intrincados recovecos y su inesperado desenlace (a poder ser uno de esos que hacen temblar de emoción al lector). Aún era apenas un esbozo, pero en esta vida había que tener ambición, ¿no es cierto? Es lo que le habían enseñado entre susurros los volúmenes de la estantería que presidía la biblioteca. Todos habían comenzado por poco y todos habían conseguido ser grandes títulos publicados. También él podía lograrlo.

Era un texto empecinado, quizás por su juventud, y con frecuencia se entregaba a maquinaciones que le permitieran alcanzar su meta. Por eso, mientras el escritor permanecía sentado a su mesa, hacía todo lo posible por situarse bajo el amarillento cono de luz proyectado por la lámpara; tal vez así lograra resaltar y llamar su atención para ser desarrollado. Y cuando este se retiraba a descansar, marchita y cabizbaja su inspiración, procuraba mantener alta la moral con esforzados pensamientos acerca de su dorado porvenir. 

Soñaba con que lo vistieran de cuero repujado para su presentación, cosidas con exclusivos hilos dorados las apergaminadas páginas y grabado el título a fuego. Nada de ediciones baratas de bolsillo al alcance de cualquiera, nada de tapas blandas. El quería recorrer la ambarina alameda del éxito y entrar al mundo de los libros adultos por la puerta grande. 

Pero si la vida con frecuencia es injusta para los autores, mucho más para sus textos. Lo cierto es que dio al traste con sus aspiraciones el día en que, tras ser cruzado con una furiosa e hiriente línea roja, aterrizó sin miramientos en la papelera. Fue bonito mientras duró.

Descansen sus letras en paz.

Julia C.




miércoles, 7 de septiembre de 2016

Me sobran lágrimas




Me faltan palabras y me sobran lágrimas. No me llega el corazón para tanta pena, pero espero que el tiempo venga en mi auxilio; es lo que tantos han prometido.

Se ha ido de repente, sin motivos que pueda comprender. Acaso deba conformarme con su edad, un número que hace asentir con la cabeza a muchos, como dando por hecho que no debería haber esperado otra cosa. Pero yo la esperaba, yo quería que siguiera con nosotros mucho más tiempo.

Ahora que lloro una ausencia que es también de mis hermanas y, sobre todo, de mi madre, comprendo que este llanto es una deuda que tenía con la vida y que ha llegado el momento de pagar. La balanza se inclina claramente hacia el lado de la buena fortuna por haberle tenido a mi lado tanto tiempo; sé que debería estar agradecida en lugar de sentirme tan triste y pronto, cuando este vacío sea soportable, lo estaré.

No creo que a nadie le importe cómo era él más que a los que le queríamos, pero puedo contar cómo me hacía sentir a mí, yo que sigo aquí y que tanto he perdido. Desde que tengo uso de razón he sabido que mientras él estuviera en el mundo nada habría de faltarme, que ningún hombre podría abusar de mí, que siempre tendría un sitio al que volver si mi vuelo se truncaba, que habría perdón incondicional para mis errores, que por encima de las expresiones físicas, a las que no era dado, nadie me querría más. Crecer con esa seguridad sin duda me ha marcado y ha hecho de mí la mujer que soy hoy. 

Es pronto para escribir sobre recuerdos, para comprender en toda su extensión lo que significa que ya no esté, pero no puedo evitar que algunas cosas se me vengan a la cabeza con insistencia. Su particular sentido del humor, que a veces yo no comprendía; lo mucho que se emocionaba con ciertos temas a pesar de pertenecer a una generación en la que “los hombres no lloran”; la gran pasión por su trabajo, totalmente inexplicable para mí que odio los números; lo mucho que le costaba expresar sus sentimientos con palabras; su devoción por la familia y su capacidad de sacrificio por ella; su gran tolerancia hacia la forma de pensar de sus cuatro hijas, tan distintas todas, en todos los ámbitos. Así de antiguo y así de moderno era mi padre. 

A pesar de no vivir en la misma ciudad he tenido la gran fortuna de poder verle apenas dos días antes de que nos dejara por sorpresa. Me quedo con su sonrisa ilusionada de aquel día, con el tacto de su mano arrugada en la mía, con el olor de su colonia, con sus pasos vacilantes por el pasillo, tan familiares y tan queridos ahora que lo pienso.

Qué bien que no lo intuyera siquiera, que no tuviera tiempo de ver venir a la maldita Muerte. En su casa y rodeado de los suyos, como también yo querría para mí. Es verdad que no hubo tiempo para despedidas, pero tampoco para su sufrimiento. Si algo debe consolarme en este mar infinito de desconsuelo, es eso.

Descanse en paz mi queridísimo padre y sirvan estas palabras como homenaje a un hombre tan sencillo como grande. 

Julia C.